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Actualizado: 22 de julio de 2025
Con sus capotes adornados de condecoraciones, sus teatrales alquiceles, sus kepis y sus gorros africanos, esta muchedumbre heroica ofrecía sin embargo un aspecto lamentable. Muy pocos conservaban en ella la noble vertical, orgullo de la superioridad humana. Avanzaban encorvados, cojeando, arrastrándose, apoyados en un garrote ó en un brazo amigo.
Mirando Rafael en una hondonada las torres del ruinoso convento de la Murta, casi ocultas entre los pinares, evocaba la tragedia de la reconquista; lamentaba la suerte de aquellos guerreros agricultores cuyos blancos alquiceles aún parecían flotar entre los naranjos, los mágicos árboles de los paraísos de Asia. Era un cariño atávico.
El canónigo tomolo respetuosamente en la mano, y levantándolo hasta el morado rayo de sol que entraba a través de la vidriera, comenzó a decir, como alguien que delira: ¡Cuántas veces una aparición de alquiceles en el horizonte le habrá hecho batir el ijar, heroica y sanguinaria! He aquí, Ramiro, el emblema de la caballería, el blasón de la bota y la sonaja del honor.
Pues así y todo, me gusta, ¡me encanta! ¡Es tan árabe todo esto! Parece que está uno viendo salir por estas cancelas las damas del tiempo de los reyes moros de Sevilla rebujadas en sus alquiceles blancos. Ustedes son las hijas de ellas, y en verdad que no desmerecen. Bien se conoce que es usted poeta... Pero siéntese bien, criatura; échese hacia atrás.
Palabra del Dia
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