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Actualizado: 19 de septiembre de 2025
¡Bah! exclamó al cabo la duquesa , alguna coronela de Alcolea... Alguna burguesa distinguida dijo Carmen Tagle. Miss Zaeo, artista ecuestre opinó Gorito Sardona. Y Paco Vélez, en crudo, sin repulgos, sin que ninguna dama se espantase, ni ningún caballero le cruzara el rostro de una bofetada, añadió: Paca la alta... artiste anonyme...
El coro general de damas comenzaba a emocionarse; pero acertó a reparar Gorito Sardona en la desteñida barba del diplomático, y apresuróse a comunicar el descubrimiento al oído de Carmen Tagle; echóse a reír ella, díjolo a su vecina, esta al que tenía al lado, y a poco, una porción de solapadas risitas hacían fracasar por completo la parte patética del espectáculo.
Y todos convinieron en poner pantalones al tranvía, incluso Fernando Gallarta y Gorito Sardona, gomosos del Veloz; y el grave marqués de Butrón, ministro plenipotenciario antes de la gloriosa, y gastrónomo distinguido únicamente después de ella.
¡Ay, no, no dijo ella con su melodiosa vocecita ; eso es paja!... Dame tú uno más fuerte, Gorito... Y mientras Gorito le daba un veguero, capaz de tumbar de espaldas a un sargento de caballería, y lo encendía ella pulcramente con una prosaica cerilla, le dijo la duquesa: ¡Pero vamos, mujer... cuenta, cuenta!...
Yo, muerta, Lucy, muerta debajo del asiento, sin resollar siquiera, y ¡prurrruumm! arriba, ¡prurrruumm! abajo; hora y media de tiritos... De pronto, se abre la ventanilla, entra una mano, me arranca una oreja y se va... ¡Qué atrocidad! exclamaron todos. Y Gorito Sardona, con su guasona formalidad, añadió: ¿Pensarían hacer una chuleta?...
Gorito Sardona saltó frente a la puerta, sobre un puff de badana japonesa, y cogiendo a guisa de sombrero una de las bandejas del té, de cincelada plata antigua, se descubrió ante la dama lentamente, tieso, sin mover la cabeza, extendiendo el brazo hasta formar con el cuerpo ángulo recto, como solía saludar por todas partes el rey don Amadeo.
El timbre eléctrico que anuncia aux hommes d'équipes la llegada de nuevos viajeros, comenzó a repicar en aquel instante, y, a poco, llegó Gorito Sardona, muy conmovido, anunciando que la señora de López Moreno se apeaba en aquel momento en el Grand Hôtel, que venía de Madrid, y que a poco más la asesinan en el camino. ¡Trae una oreja colgando! añadió tirándose de una suya.
Curra Albornoz dijo. Lo enorme de la afirmación destruyó su efecto. Un «¡bah!» general de incredulidad brotó de todos los labios, y la duquesa se hundió de nuevo en las profundidades de su chaise-longue, exclamando: ¡Eso es una canard! ¡Sí, señor!... ¡Un camelo! añadió Gorito muy indignado.
¿El médico? balbuceó Diógenes con los ojos extraviados . En mi vida llamé a ninguno... La alopatía es un cañón Armstrong, y la hemopatía la carabina de Ambrosio: con que vete a freír monas con tus médicos y medicinas, que yo me curo solo... Pues llamaremos entonces al albéitar repuso Gorito.
En la primera de las banquetas de detrás, María Valdivieso, Paco Vélez y Gorito Sardona reían a carcajadas, disputándose el honor de soplar con alientos de buzo en la sonora corneta, avisando a los pacíficos aldeanos y a los mensurados bueyes, a las modestas cestas de camino y a las chillonas carretas cargadas de helechos, que se quitasen de en medio, que se echasen a un lado y se tirasen todos de cabeza por cualquier barranco, porque el mail-coach, con seis caballos, de la excelentísima señora condesa de Albornoz, necesitaba libre toda la carretera de Guipúzcoa.
Palabra del Dia
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