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Actualizado: 19 de septiembre de 2025


Che oscuro è il cieli!... Y Currita, tan conmovida como Dinorah misma, que intenta en vano detener a Bellak, la blanca cabra querida, miraba de reojo al palco del Veloz-Club, donde charlando y riendo entre , asomaban Gorito Sardona, Paco Vélez, Diógenes, Angelito Castropardo, y por detrás de todos, descollando entre ellos por su gallarda apostura y su aire altanero, Jacobo Sabadell, flechando los gemelos con descaradísima insistencia a otro palco que Currita no podía ver porque estaba colocado justamente encima del suyo.

La Mazacán iba a contestar, pero entraron en aquel momento Carmen Tagle, Paco Vélez y Gorito Sardona, todos muy compungidos, diciendo que venían del Real, pero que no había allí nadie, nadie... Al pronto creyeron ellos que Monsieur tout le monde estaría en casa de Curra, porque ¡claro está! como era viernes... Pero supieron luego que el grand complet era aquella noche, ¡quién lo creyera!, en casa de la Villasis; y por eso, ellos, muy indignados, habían venido a protestar, porque no les parecía decente acostarse en aquella ocasión sin dar las buenas noches a la pobre Curra.

En el Veloz disipóse de repente su humor negrísimo y comenzó a reír y divertirse como un muchacho; Gorito Sardona y Paco Vélez, asomados a un balcón, tiraban a los transeúntes un saquillo, y púsose Jacobo a ayudarles; era el saquillo un lindo canastito, adornado con cintas y cascabeles, y atado con un cordón de seda lo bastante corto para que no llegase a dar en los sombreros de los transeúntes.

El tío Frasquito dio un chillido y echó a correr, llamando a voces a Jacobo y a Gorito; acudieron todos los de la fonda y llegó también Jacobo, mirando el reloj con gesto de grande enfado. ¡Hasta para morirse es importuno! dijo al verse frente a Diógenes. Llevábanle ya dos robustos mocetones, hijos del dueño de la fonda, y pusiéronle en la cama de un cuarto del primer piso.

Sulfuróse Villamelón y miró a su mujer y luego a Gorito y después a Reguera con cierta especie de colérica complacencia retratada en el semblante, arrebatado y apoplético por los vapores que le subían del repleto estómago... ¡Le exasperaba a veces aquella sencillez de Curra, que jamás podía comprender la malicia de ciertas cosas!...

Acercáronsele entonces Gorito y Leopoldina, temerosos de que el batacazo de por la mañana comenzara a tener consecuencias, y esta, con verdadero interés, le dijo: Mira, Diógenes, estás malo y es necesario que te vea el médico.

Palabra del Dia

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