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Actualizado: 12 de junio de 2025


Musitando, en seguida, misteriosa frase, la anciana sacó de la gaveta de un mueble una figurilla de lienzo. La cabeza, sin facciones, estaba toda erizada de crin híspida y espesa. La cintura era ceñida, la falda ampulosa; dos largos punzones traspasaban de parte a parte la garganta.

Y corrió presuroso á su gaveta, cogió un legajo y se lo entregó á doña Paulita, que lo tomó del peor humor del mundo. Cayósele de la mano, recogiólo con presteza el predicador, y se lo volvió á dar diciéndole: ¿Pero está usted mala de veras? Veo que no puede usted tenerse en pie. Le tengo dicho que es bueno hasta cierto punto el ayuno, y nada más ... y usted siempre en sus trece....

Contó en seguida, sin dar lugar a otra pregunta, que los agentes de Su Majestad habían sospechado de don Alonso, y que, durante la ausencia del caballero, entraron de rondón en su casa, revolviendo hasta la última gaveta y llevándose un gran fajo de papeles. ¿En dónde será ajusticiado don Diego? volvió a preguntar bruscamente Ramiro.

«Pero, alma de Dios, ya que no trabaja usted... al menos despache menudencias dijo, parándose ante Rubín . Mire, allí está esa mujer esperando hace un cuarto de hora... Diez céntimos de diaquilón. En aquella gaveta está. Vamos, menéese». Rubín salía a la tienda y despachaba. «¿En dónde están los frascos de Emulsión Scott?». Mírelos, mírelos; si los tiene casi en la mano.

No acobardado por su ceguera y sobreponiendo su activo espíritu a la dolencia corporal, levantábase de su asiento, acercábase a la mesa, palpaba los muebles para no tropezar, y abría la gaveta para sacar el cajoncito donde estaba el dinero.

Aquí están las instrucciones dijo Carnicero, soltando el tenedor para sacar un papel de su gaveta. Las de memoria replicó Orejón . Ahora, señor conde, no perdamos el tiempo y corramos a ver a los jefes de la guarnición a quienes hemos hablado del negocio, y que no han querido soltar prenda mientras viviera el Rey. Esta noche no hay junta.

Y entonces se levantó Don Pomposo del sofá colorado: «Mira, mira, Bebé, lo que te tengo guardado: esto cuesta mucho dinero, Bebé: esto es para que quieras mucho a tu tío». Y se sacó del bolsillo un llavero como con treinta llaves, y abrió una gaveta que olía a lo que huele el tocador de Luisa, y le trajo a Bebé un sable dorado ¡oh, que sable! ¡oh, qué gran sable! y le abrochó por la cintura el cinturón de charol ¡oh, qué cinturón tan lujoso! y le dijo: «Anda, Bebé: mírate al espejo; ése es un sable muy rico: eso no es más que para Bebé, para el niño». Y Bebé, muy contento, volvió la cabeza adonde estaba Raúl, que lo miraba, miraba al sable, con los ojos más grandes que nunca, y con la cara muy triste, como si se fuera a morir: ¡oh, que sable tan feo, tan feo! ¡oh, qué tío tan malo!

Lo más singular era que ni en aquel estado mísero hubo de abandonar mi buen Thiers la contabilidad de su casa. Mientras estuvo en el lecho, dio a su mujer las llaves de la gaveta donde tenía el dinero; pero desde que se levantó quiso empuñar de nuevo las riendas del gobierno y ejercer aquella soberana función, que es el atributo más claro de la autoridad doméstica.

Cuando me encontré sola en mi cuarto, me dije: «¡Bueno, ahora vas a festejar la NavidadSaqué las cartas de Roberto de la gaveta en que las tenía cuidadosamente escondidas y resolví leerlas hasta una hora avanzada de la noche.

Las noticias del sabio Mentor hiciéronle apresurar su vuelta a España, y engolfándose de nuevo a su regreso en su antigua vida ordinaria de crápula elegante y vagancia aristocrática, interrumpida a veces por solemnes intervalos políticos, quedáronsele en la gaveta las cartas de Garibaldi, pasósele el susto que le había llevado a Italia, y en su impresión natural de niño revoltoso, no volvió a acordarse de los masones, juzgando que también ellos le tendrían olvidado.

Palabra del Dia

rigoleto

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