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Además de las ricas telas mencionadas, tejíanse toda clase de galones y de pasamanería, cintas, trenzas, y encajes de oro, de todo lo cual existe un curioso muestrario, que debió pertenecer á un fabricante ó un mercader, el cual se conserva en el museo Arqueológico municipal.

Llegó la noche del concierto. Se abrieron los salones del Casino, sucursal del café de la Oliva; hasta hubo su poquito de buffet, a pesar del acuerdo de la Junta, y lo mejor de la población acudió a tomar sorbetes y a contemplar de cerca, y vestidos en traje de sociedad, a los cantantes ilustres que tantas veces había aplaudido viéndolos en las tablas, llenos de abalorios y galones dorados.

Juanito sonreía, acariciándose el bigote. Era su gesto favorito, y levantaba con satisfacción la manga, adornada con galones de sargento. No era un cadete cualquiera: era un «galonista», y esto, aunque fuese poca cosa para el que sueña con el generalato, siempre resultaba un paso adelante... No, no iba a los toros; era un aficionado de verdad, pero se sacrificaba por hablar toda una tarde con la novia a la puerta de su casa, en el silencio de las Claverías. La abuela había bajado al jardín, y el Azul de la Virgen no tardaría en salir, dejándole el campo libre, como si no se enterase de nada. ¡La gran tarde, amigo Gabriel!

Un grupo de oficiales de Infantería y Caballería ocupaba un banco entero, y el sol parecía concentrarse allí, atraído por el resplandor de los galones y estrellas de oro, por los pantalones rojo vivo, por el relampagueo de las vainas de sable y el hule reluciente del casco de los roses.

Ladeaban la cabeza para que el cuello en tensión ofreciese la arteria rígida y visible á la picadura mortal. «¡Hermano, á !» Y expeliendo un caño de sangre se recostaban sobre los otros cuerpos, que iban vaciándose lo mismo que odres rojos. El bar empieza á despoblarse. Salen mujeres apoyadas en brazos con galones, dejando detrás de ellas una estela de perfumes y polvos de arroz.

Otra sonrisa, nein, y un movimiento negativo de cabeza. ¡Ah, ladrón! ¡Cómo abusaba de su necesidad!... Y sólo cuando le hubo entregado cinco monedas pudo adquirir el paquete de víveres. Pronto notó en torno de su persona una conspiración sorda y astuta para apoderarse de su dinero. Un gigante con galones de sargento le puso una pala en la mano, empujándole rudamente.

Izquierdo frunció el ceño. Lo que él quería era ponerse uniforme con galones. Volvió a sumergirse de una zambullida en su conciencia, y allí dio volteretas alrededor de la portería de casa particular.

Fuerte cosa era decidir cuál objeto tomaría. Por último, decidido, tiró de una brillante empuñadura y sacó un sable. Después revolvió el conjunto y vio un brillo seductor de galones. Diole un salto el corazón de ratero y tomó lo que brillaba. Era un sombrero que parecía escudilla, un ros de cartón, deforme, cuarteado, pero con tres tiras de papel dorado pegadas en redondo.

Enfrente, alrededor, debajo, por todos lados, la rodeaba un mar de espigas de oro, que al menor movimiento de Perucho se derrumbaban en suaves cascadas, y donde el sol, penetrando por los intersticios del enrejado del hórreo, tendía galones más claros, movibles listas de luz. Perucho comprendió que poseía en las espigas un recurso inestimable para divertir a la pequeña.

Pablo tenía mucha afición a los caballos; siempre, antes de mirar al caballero, miraba al caballo. En efecto, era Juan, que, al divisar de lejos al cura y a Pablo, agitó en el aire su quepis, que llevaba dos galones de oro. Juan era teniente del regimiento de artillería de guarnición en Souvigny.