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Actualizado: 21 de junio de 2025


Babor contestaba el timonel desde abajo, como un eco. Seguía el capitán un rato con las cejas fruncidas y mirando a la proa; al cabo volvía a inclinarse y decía: A la vía. Vía respondía el timonel. Entonces se extendían de nuevo los resortes que tenían contraído su rostro atezado, y volvía a dibujarse en sus labios una sonrisa cándida y afable. Da gusto oírle tocar las sevillanas; ya verá usted.

Se volvió de nuevo hacia el Jurado, le contempló con una larga mirada, clara y franca, y quedó un instante pensativo, cabizbajo, levantadas ambas manos a la altura del pecho, los ojos entornados, las cejas fruncidas. Los jurados y el público le miraban con interés, esperando algo extraordinario; sólo los jueces, habituados a las maneras oratorias de aquel señor, permanecían indiferentes.

Así lo hizo, con las cejas fruncidas, los labios contraídos bajo la nariz aguileña, sin dar un suspiro; pero dos gruesas lágrimas corrieron lentamente por las arrugas de sus mejillas. Y cuando hubo acabado, volviose, ocultando los ojos con la manga del vestido, y dijo: Está bien... Ve..., ve..., hijo mío, tu madre te bendice.

Además, era su padre, y el tío Tòfol, como todos los labriegos de raza latina, entendía la paternidad cual los antiguos romanos: con derecho de vida y muerte sobre los hijos, sintiendo cariño en lo más hondo de su voluntad, pero demostrándolo con las cejas fruncidas y alguno que otro palo. La pobre Borda no se quejaba.

Sin embargo, entre los soldados había uno que miraba con malos ojos tantas crueldades inútiles: marchaba silencioso, las cejas fruncidas como digustado. Al fin, viendo que el guardia, no satisfecho con la rama, daba de puntapiés á los presos que se caían, no se pudo contener y le gritó impaciente: Oye, Mautang, ¡déjalos andar en paz! Mautang se volvió sorprendido.

Después, se puso derecho, y mirando alrededor, con las cejas fruncidas y en tono sentencioso, dijo: Ya están todos despachados; los cañones son nuestros.

Cuando dijo Ulises que tampoco estaba seguro de su gente y que el viaje era imposible, la mujer volvió su cólera contra él. Parecía haber envejecido de golpe diez años. El marino la vió con otra cara, de una palidez cenicienta, las sienes fruncidas, los ojos con lágrimas iracundas y una leve espuma en las comisuras de su boca. Hablador... embustero... ¡meridional! Ulises intentó calmarla.

Al decir estas palabras, le embargó la emoción, se le anudó la voz en la garganta y rompió a sollozar fuertemente. Lolita se la quedó mirando un buen rato, con ojos coléricos, el semblante pálido y las cejas fruncidas; por último se levantó repentinamente y fue a reunirse con sus amigas que estaban algo apartadas formando un grupo.

Raúl soltó una exclamación que nada tenía de satisfecha, y con las cejas fruncidas y la expresión dura y descontenta, separó casi rudamente a la pobre mujer. ¡No nos faltaba más que esto! masculló el joven entre dientes. Prodújose un penoso silencio.

No tarda mi segundo caballo en caer. Mis barones gruñen. En todos estos contratiempos ven funestos presagios. Las cejas fruncidas, aunque intrépidos, se muestran recelosos y no quieren avanzar más. Insisten en que nos detengamos; pero yo grito: «¡Adelante! ¡Mi amada prometida, mi hermosa, me espera! ¡Adelante!» Y heme aquí contigo. Toco tus manos y tus hombros y respiro tu puro aliento.

Palabra del Dia

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