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Actualizado: 1 de junio de 2025
Pero al ver que el talabartero, que le inspiraba una irresistible aversión, se unía a estas burlas, perdió la calma. ¿Quién era aquel hambrón, que vivía colgado de su maestro, para discutir con él?... Y repeliendo toda continencia, sin reparar en la madre y la esposa del matador, y en Encarnación, que, imitando a su marido, fruncía el bigotudo labio y miraba despectivamente al banderillero, éste se lanzó cuesta abajo en la exposición de sus ideas, con el mismo fervor que cuando discutía en el comité.
Luisa, con el brazo apoyado en la descolorida charretera de Gaspar y la mejilla junto a su oreja, sollozaba; Hullin golpeaba en un extremo de la mesa para vaciar de cenizas la pipa, y fruncía las cejas, sin decir nada; pero cuando llegaron las botellas, y una vez que fueron abiertas, exclamó: Vamos, Luisa, valor. Todo esto no puede durar mucho tiempo, ¡pardiez!
Si las cartas eran de París, fruncía el ceño, preparándose á una lectura abundante en sinsabores y humillaciones. Además, el membrete impreso en muchas de ellas le anunciaba de antemano la personalidad de tenaces acreedores, haciéndole adivinar su contenido.
Uno pedía que se hablara del barranco de la calle de Atrás, otro pedía que se colocase un farol cerca de su casa, otro que se le tirasen algunas pildoras al rematante de las bebidas, otro que los serenos no cantasen la hora porque esto le turbaba el sueño, etc. Don Rosendo asentía, fruncía las cejas, extendía la mano abierta en signo de protección.
Currita parecía titubear, porque había mirado a Jacobo como si le consultase, y este fruncía las cejas; la pícara era ducha y no era del todo fácil hacerle tragar el anzuelo. El diplomático reforzó sus argumentos, y el general Pastor, con militar franqueza, dijo resueltamente: Condesa, más puede usted hacer en ese baile con su abanico que yo en el Norte con mi espada.
Esta, medio atraída y medio alarmada por la brillante iluminación y la numerosa sociedad, fruncía el ceño y se cubría la cara a su alrededor, hasta que el fruncimiento de cejas, contraídas por un contacto o una palabra de cariño, le hiciera ocultar su rostro con nueva resolución. ¿Qué criatura es ésa? dijeron varias damas a la vez, entre otras Nancy Lammeter, que se dirigía a Godfrey.
Sus compañeros, al ver su traje, procuraban alejarse, y su catedrático, un guapo dominico, nunca le dirigió una pregunta y, cada vez que le veía, fruncía las cejas.
Fontenoy ofrecía la imagen que se forma el vulgo de un hombre de dinero, director de importantes negocios en diversos lugares de la tierra. Todo en su persona parecía respirar seguridad y convicción de la propia fuerza. Pero á veces, como si olvidase el presente inmediato, fruncía el ceño, quedando pensativo y completamente ajeno á cuanto le rodeaba.
Bajaba los ojos, fruncía la boca, como era de rigor, con un gesto de virtuoso desprecio, cual si bailase contra su voluntad, y así giraba y giraba, trazando en sus evoluciones sobre el suelo grandes números ochos. El bailarín era el hombre.
Estaba siempre ante sus ojos, como un maestro amenazador, pronto a corregir el más leve descuido en la lección. Lo que más temía el pobre diestro, encerrado en su traje de seda roja con grandes golpes de oro, era el regreso a casa en las tardes que su padre fruncía el ceño, mostrándose descontento.
Palabra del Dia
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