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Actualizado: 2 de junio de 2025


Después un coro de voces lúgubres entonaron la primera estrofa del De profundis. Ya estaba allí la parroquia, ¡Abajo el muerto! Y en el salón sonaron los golpes del martillo sobre las tachuelas del féretro, que el eco repetía con extraña sonoridad. En la plazuela, los balcones estaban repletos de gente, como si esperase el paso de una procesión.

Dos días después, Lubimoff vió salir, una mañana, al coronel, vestido de negro. Iba al entierro de Martínez. El y Novoa, como españoles, tenían el deber de acompañar al héroe en su último viaje sobre la tierra. A la vuelta relató al príncipe sus impresiones, con una concisión dolorosa. Unos cuantos oficiales convalecientes habían seguido al féretro.

La percalina de que iba forrado el féretro miserable se había abierto por dos o tres lados; se veía la carne blanca de la madera, que chorreaba el agua. Los que conducían el cadáver le zarandeaban. La fatiga y cierta superstición inconsciente les había hecho perder gran parte del respeto que merecía el difunto. Todos los hachones se habían apagado y chorreaban agua en vez de cera.

Todavía respiraba... Un tiro en la sien. Se contrajo el cuerpo bajo un estremecimiento final. Luego quedó inmóvil, con la rigidez del cadáver. Sonaron voces, formaron las dos compañías en columna, y al ritmo de sus instrumentos fueron desfilando ante el cuerpo de la muerta. Del lúgubre carruaje sacaron los hombres enlutados un féretro de madera blanca.

Puse mi caballo junto al suyo y esperamos la aproximación del cortejo. Venían en primer término dos sirvientes a caballo, con negras libreas galoneadas de plata. Seguíanlos un coche fúnebre tirado por cuatro caballos, y en él un féretro cubierto con negros crespones. Detrás iba un jinete enlutado y sombrero en mano.

Convénzase de que con el tinte no consigue usted parecer joven; lo que parece es... un féretro. Querido Antonio replicó Ponte haciendo repulgos con boca y nariz para disimular su ira, y figurar que seguía la broma , nos gusta a los viejos espantar a los muchachos para que... para que nos dejen en paz. Los chicos del día, por querer saberlo todo, no saben nada...».

El mulaterío femenino de la casa y de la vecindad, había invadido la sala: no faltaban alrededor del féretro dos o tres mulatillas arrodilladas que se turnaban sucesivamente. Claro es que la sala había sido cubierta en un instante de crespón y de merino negros en homenaje a su ilustre dueña.

Pónese una mesa espléndida, á la cual se sienta el extranjero al lado del castellano; junto á ella se coloca un féretro, y pronto aparece una mujer con velo y vestida de negro, á quien sirve el féretro de mesa, bebiendo en el cráneo de un esqueleto, que le presenta un criado, vestido también de negro.

Fué Chichí la que avisó con un grito: «¡Aquí... aquíLos viejos corrieron, temiendo caer á cada paso. Toda la familia se agrupó ante un montón de tierra que tenía la forma vaga de un féretro y empezaba á cubrirse de hierbas.

Durante aquella lúgubre noche, junto al féretro, del que por la mañana debía separarme, el instinto de ternura que residía en ante la última separación, me hizo concebir y combinar maquinalmente la creación de semejante sepultura; ya había yo empezado a entreverla allá en Mâcón, y ya había también obtenido del Gobierno autorización de colocar el ataúd bajo las losas de la iglesia, dentro de la vasta sepultura de los antiguos señores de Saint-Point, de la ilustre casa de los Rochefort. ¡Cuánto yo hubiera dado entonces para que el milagro que se produjo un siglo antes en aquella misma sepultura, se hubiese reproducido ante mi vista y la de mi padre!

Palabra del Dia

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