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Actualizado: 26 de mayo de 2025


De vuelta a la explanada, bajó a la margen del río, y recorrió los lavaderos y las casuchas que se apoyan en el contrafuerte, sin encontrar ni rastros de Mordejai. Desalentada, se volvió a los Madriles de arriba, con propósito de repetir al día siguiente sus indagaciones.

Iban llegando los otros carruajes, con ruidoso cascabeleo y polvoriento patear de las bestias en la cuesta de Marchamalo. La explanada se llenaba de gente. Formaban la comitiva de Dupont todos sus parientes y empleados.

Fermín Montenegro descendió de otro coche con don Ramón, el jefe del escritorio, y los dos se alejaron a un extremo de la explanada, como si huyesen del autoritario Dupont, que en medio del gentío daba órdenes para la fiesta y se enfurecía al notar ciertas omisiones en los preparativos. La campana de la capilla comenzó a voltear en su espadaña, dando el primer toque para la misa.

Casi no se veía otra cosa que algunas sombras femeninas envueltas en sus capas negras forradas de blanco. Los carneros retardados en los pobres pastos de la explanada, que se eleva ochenta ó cien pies sobre la playa, entristecían el espacio con sus balidos.

Un gigantón paseaba entre los grupos, devorando con mordiscos de fiera un mendrugo cubierto de carne sanguinolenta y cruda, alimento excelente, según él, para conservar la fuerza. Todas las tardes bajaba a la enfermería algún luchador con el rostro entumecido y desfigurado. Ahora, los marineros exentos de servicio acudían a la explanada de popa, atraídos por el brutal interés de estas peleas.

Catalina comenzó a hablar lentamente: ¡Doscientos cuarenta hombres! añadió . Son guardias nacionales y soldados... Ya cruzan el foso... Ahora suben por detrás de la media luna... Gaspar habla con Marcos... ¿Qué le dice? La anciana parecía que escuchaba. «¿Vamos pronto, venid pronto... El tiempo vuela... ¡Ya están en la explanada!

Después, con caras de malhumor, fueron saliendo a la explanada los viñadores, obligados a permanecer en Marchamalo para asistir a la fiesta. El cielo se azuleaba sin la más leve mancha de nubes. En el límite del horizonte una faja de escarlata anunciaba la salida del sol. ¡Buen día nos Dios, cabayeros! dijo el capataz a los jornaleros.

Algún tiempo después fueron entrando en la arenosa explanada los dos jinetes, armados con carabinas, y seis caballos en libertad que formaban un grupo compacto, sosteniendo sobre sus lomos sacos y fardos sujetados con cuerdas.

A los ocho días de celebrarse la anterior junta, todo el pueblo estaba en movimiento. Por mañana y tarde un redoble de tambor y un alegre paso doble convocaba á todo el que gratuitamente quería contribuir á levantar el escenario. Como la fiesta era para el pueblo, este en masa acudía á la gran explanada, cerca de la mar y á la vista del Mayon, que se había elegido para construir el teatro.

Obedeció Hullin, y ambos se alejaron por la explanada sin despedirse de Hexe-Baizel, la cual, por su parte, no se atrevió siquiera a asomarse al umbral para verlos marchar. Cuando los dos amigos estuvieron en lo bajo del peñón, Marcos Divès, deteniéndose, dijo: vas a los pueblos de la sierra, ¿no es eso, Hullin?

Palabra del Dia

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