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Actualizado: 26 de mayo de 2025


Por toda la explanada circuló inmediatamente una noticia, con la prontitud colectiva de las muchedumbres para inventar y aceptar embustes. Era don Isidro con su novia: una novia millonaria. Se iban a casar apenas llegasen a Buenos Aires. La señá Eufrasia se aproximó a ellos con gesto admirativo: «¡Ah, don Isidro! ¡Y qué bien ha sabido usted escoger!

Huyó Benina de un brinco, viendo cerca de las patas traseras de un grandísimo burro, que dos gandules apaleaban, como para conocerle las mañas y proveer a su educación asnal y gitanesca, y se fue hacia las casas que le indicó con un gesto el de la perfecta dentadura. Arranca de la explanada un camino o calle tortuosa en dirección a la puente segoviana.

El 31 de agosto, el señor Le Bris, dichoso como un vencedor, dio un paseo a pie hasta la ciudad. El campo le agradaba, pero no desdeñaba tampoco una vuelta por la explanada donde le divertían las cornamusas de los regimientos escoceses. Además, contemplaba el humo de los vapores, creía aproximarse a París.

Como a cien metros de la explanada hay una curva o más bien zig-zag, que conduce a la estación de las Pulgas, la cual se reconoce desde abajo por la mancha de carbón en el suelo, las empalizadas de cerramiento de vía, y algo que humea y bulle por encima de todo esto.

El Rompeolas es hermoso; se ensancha en forma de explanada; tiene en medio una cruz de piedra, y a un lado la atalaya nueva, en cuya pared suelen jugar los chicos a la pelota. Desde allí se disfruta del espectáculo admirable del mar batiéndose con furia contra las olas.

Isidro iba a ser el heredero de todos. Para evitarse las miradas de ella y su sonrisa vengativa, no quiso pasar otra vez por este rincón de la cubierta. Abajo, en la explanada de proa, sonaba una música pastoril, y por los intersticios del toldaje veíanse saltar las cabezas de varias personas con el ritmo de la danza.

Marchábamos con el corazón agitado, abriéndonos paso por entre los troncos tendidos, verdaderas barreras de un metro de altura que nos era forzoso trepar. No habituado aún el oído al rumor colosal, las palabras cambiadas eran perdidas. De improviso caímos en una pequeña explanada y dimos un grito: las aguas del Salto nos salpicaban el rostro.

Suponían los de la venta que la monja habría vuelto a Logroño, a no ser que intentara entrar en la ciudad sitiada, tomando en caballería el camino de Lanciego por Oyón y Venaspre. Marcharon a Oyón y luego a Yécora, pero nadie les pudo dar razón. Los dos pueblos estaban casi abandonados. Desde aquel camino alto se veía Laguardia rodeada de su muralla en medio de una explanada enorme.

Al descender pausadamente hacia la explanada, vio la mendiga dos burros... ¿qué digo dos? ocho, diez o más burros, con sus collarines de encarnado rabioso, y junto a ellos grupos de gitanos tomando el sol, que ya inundaba el barrio con su luz esplendorosa, dando risueño brillo a los colorines con que se decoraban brutos y personas.

Miró Isidro la multitud que bailaba abajo en la explanada de popa, y añadió: Nosotros mismos vamos adonde vamos porque los apóstoles de la nueva religión nos han abierto un camino y nos empujan por él sin que nos demos cuenta... Usted que es poeta, acuérdese, Ojeda, de lo que dio la vieja España a estos países americanos... Les dio el conquistador un héroe grande como los de la Ilíada, un superhombre, que en menos de un siglo exploró medio globo, labrando su vivienda en las alturas andinas a cuatro mil metros, junto a los nidos de los cóndores, o en valles ecuatoriales que son ollas de fuego.

Palabra del Dia

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