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Semíramis le abrió la puerta y la introdujo en el salón. El señor y la señora de La Tour de Embleuse la recibieron al lado de la chimenea, en la que ardía todo lo que se había podido encontrar en la casa: dos tablas de la cocina, una silla de paja y otros objetos. La duquesa se había vestido como había podido. Su traje de terciopelo negro azuleaba por los pliegues.

Después, con caras de malhumor, fueron saliendo a la explanada los viñadores, obligados a permanecer en Marchamalo para asistir a la fiesta. El cielo se azuleaba sin la más leve mancha de nubes. En el límite del horizonte una faja de escarlata anunciaba la salida del sol. ¡Buen día nos Dios, cabayeros! dijo el capataz a los jornaleros.

Un animal tan necesario para él como la propia vida y que le había costado empeñarse con el amo.... Miró en torno, buscando al criminal. Nadie. En la vega, que azuleaba bajo el crepúsculo, no se oía mas que un ruido lejano de carros, el susurro de los cañares y los gritos con que se llamaban de una barraca á otra. En los caminos inmediatos, en las sendas, ni una persona.

Aquellas luces blancas, intensas, hacían aún más negro y profundo el follaje, borraban los linderos del parque extendiéndolo desmesuradamente. La noche era despejada. En el oriente azuleaba ya la aurora. Hacía un frío intenso. Envueltos en sus gabanes de pieles, los jóvenes salvajes quemaban los últimos cartuchos de su ingenio en honor de las hermosas damas que tenían cerca.

La implacable claridad solar azuleaba el paño negro de las relucientes levitas, suavizaba los fuertes colores de las sedas, descubría las menores imperfecciones de los cutis, el salseo de los guantes, el sitio de las antiguas puntadas en la ropa reformada ya.

El inmenso valle azuleaba bajo el sol de invierno; las naranjas, asomaban sus caras de fuego entre las hojas, como ofreciendo a las manos laboriosas que las arrancaban de las ramas.

Vieron entornada la puerta del 17, y Guillermina la empujó. Grande fue su sorpresa al encarar, no con el señor Platón a quien esperaba encontrar allí, sino con una mujerona muy altona y muy feona, vestida de colorines, el talle muy bajo, la cara como teñida de ferruje, el pelo engrasado y de un negro que azuleaba.

Luis obligó al aperador a que le guiase, a pesar de sus protestas, y todos le siguieron. Cuando la alegre banda entró en la gañanía, la vio casi desierta. La noche era de primavera y los manijeros y el arreador estaban sentados en el suelo, cerca de la puerta, viendo el campo que azuleaba silencioso bajo la luz de la luna.

Venían hacia él por los bordes del camino los veloces rosarios de muchachas, cesta al brazo y falda revoloteante, de regreso de las fábricas de la ciudad. Azuleaba la huerta bajo el crepúsculo.

A trozos, el paisaje azuleaba con la plateada hoja de los olivos; más allá las viñas lo alegraban con la verde gala del pámpano. La vela triangular de las embarcaciones, las casitas bajas y blancas, la ausencia de tejados puntiagudos y el predominio de la línea horizontal en las construcciones, traían al pensamiento de Santa Cruz ideas de arte y naturaleza helénica.