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Inmediatamente se dejó oír en el órgano el preludio de Bach que suele servir de acompañamiento al Ave María de Gounod. Y el coro de niños entonó este canto admirable de amor y de dolor, de angustia y esperanza al mismo tiempo. ¡Suave, hijos míos! Dulcemente... ¡como un murmullo! se oía decir a Reynoso. El obscuro recinto del templo se estremeció.

Pero no debíais, tener veinticinco años cuando vinisteis a estableceros aquí, ¿verdad? Silas se estremeció ligeramente cuando el señor Macey tomó aquel tono de interrogación, y respondió con suavidad: No lo , no lo podría decir con exactitud; ¡hace de eso tanto tiempo!

El ex presidiario se estremeció como si el viejo pudiese leer en su conciencia. Pero el duque había cambiado de nota: lloraba como un niño. Hijo mío decía , no quiero tener secretos para ti. Es necesario que te anuncie la desgracia que nos amenaza. Honorina quiere matarse esta noche; se lo ha dicho al doctor y ha enseñado su testamento a mi yerno.

A continuación se quitó la camisa, quedando sin más que los pantalones y las altas botas. Luego se inclinó, y agarrando dos puñados de nieve, empezó á frotarse el tronco, un poco angosto, y los brazos nervudos. El príncipe se estremeció de sorpresa y de frío, lo mismo que muchos de los espectadores.

Al cabo de un rato, cuando ya me disponía a dejar la silla para dar algunas vueltas, exclamar a Luisa: ¡Calla... calla... me parece que ahí viene Lola! Asunción se estremeció y levantó la cabeza vivamente. , , es ella, continuó Luisa.

Cristián se estremeció pensando que si Jacobo volvía á caer en manos de sus guardianes le estaba reservada igual suerte, é instintivamente palpó en su bolsillo el revólver que había puesto en él antes de salir.

Se aproximó a su cuarto pensativo y desconfiado. Cuando fué a poner la llave en la cerradura, la puerta se abrió sola. Esto le sorprendió y se detuvo inquieto. ¿Se habría olvidado de echar la llave al salir? ¿Había entrado alguno en su cuarto durante su ausencia? Iba a darse cuenta de ello. De pronto se estremeció y volvió la cabeza; era un ruido de pasos que se deslizaba en el piso.

El era entonces quien se sintió morir... pero haciendo un esfuerzo, le dijo a media voz: ¡Judit!... ¡Es usted, Judit!... Ella trató de ausentarse. ¡Quédese, por favor! Déjeme decirle que soy el más desdichado de los hombres por no haber sabido apreciar hasta qué punto merecía usted todo mi amor. La desconocida se estremeció de nuevo.

Ya os he dicho que me la ha quitado... ¿Pero quién era ese hombre que os la quitó? Sudó Montiño, se le puso la boca amarga, se estremeció todo, porque había llegado el momento de pronunciar una mentira peligrosa. El hombre que... me quitó vuestra carta, señora dijo con acento misterioso , era... era... un alguacil del Santo Oficio. ¡Un alguacil! , señora.

Por toda respuesta el Príncipe movió la cabeza lentamente, con desesperación. ¿Le dio a usted motivos de celos? A esta nueva pregunta contestó con un gesto dudoso. ¿Sabía usted, o no, que alimentaba un nuevo afecto? Lo suponía. ¿La reprochó usted alguna vez su amistad por Vérod? Al oír el Príncipe este nombre, frunció el entrecejo y se estremeció otra vez. No contestó con voz sorda.