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Actualizado: 10 de junio de 2025
14 Si el hombre muriere, ¿por ventura vivirá? Todos los días de mi edad esperaré, hasta que venga mi transformación. 16 Pues ahora me cuentas los pasos, y no das dilación a mi pecado. 17 Tienes sellada en manojo mi prevaricación, y enmiendas a mi iniquidad. 18 Y ciertamente el monte que cae se deshace, y las peñas son traspasadas de su lugar;
Por otra parte, estaba la señora Ladbrook, que de cofia y con un turbante en la mano hacía una reverencia y sonreía con dulzura, diciendo: «De ningún modo; yo esperaré»; a otra dama que se hallaba en la misma posición que ella y que atentamente le ofrecía la precedencia frente al espejo. Pero apenas la señorita Nancy hizo su reverencia, una dama de cierta edad se adelantó.
Al otro día Oliverio no vino al colegio. Pasaron tres días sin noticias. La inquietud me apenaba horriblemente. Por la noche corrí a la calle de los Carmelitas y pregunté por Oliverio. Está en el salón me dijo el sirviente. ¿Solo? No, hay otras personas. Entonces le esperaré.
Está inquieta dijo Huberto; se explica; adora a su padre. Sí, pero esta es una exageración de amor filial, y casi un atentado a su amor conyugal. En fin, esperaré a que el señor de Chanzelles se restablezca, entonces recuperaré mis derechos de novio. Es de desearse dijo la señora Gardanne.
Cuenta conmigo; yo cuento con el azar. Dicen que soy un hombre ligero; ¡tanto mejor! Así volveré a flote. La pobre mujer enjugó sus lágrimas y le dijo: ¡Bien, amigo mío! ¿Es que quieres trabajar? ¡Yo! ¡Ni por pienso! Esperaré la Fortuna; es una caprichosa y se ha portado siempre muy bien conmigo para que se despida así en redondo y para siempre.
Yo te esperaré. Catalina y su madre vivían en una magnífica casa de Alzate. Llamó Martín en ella, y a la criada, que ya le conocía, la dijo: ¿Está Catalina? Sí... Pasa. Entró en la cocina. Era ésta grande y espaciosa y algo obscura. Alrededor de la ancha campana de la chimenea colgaba una tela blanca planchada, sujeta por clavos.
Al mismo tiempo hacía los honores á tres ó cuatro jóvenes apenas salidos de la adolescencia, que lo miraban evidentemente como un modelo de bellas maneras y de exquisita pillería. ¡Y bien, Bevallan! dijo uno de los jóvenes ¿no renuncia usted, pues, á la sacerdotisa del sol? ¡Jamás! respondió el señor de Bevallan. Esperaré diez meses, diez años, si es preciso; ¡pero ó la poseeré yo ó nadie!
¿Sois la hija del cocinero mayor? dijo Dorotea. Soy su mujer contestó con cierta mortificación Luisa . ¿Para qué queréis á mi marido? Para hablarle. Acaba de salir. No importa dijo Dorotea entrándose en el cuarto . Le esperaré. Pero yo, señora, no os conozco. No le hace; vengo á preguntarle una cosa importante.
Dios, que manda en los destinos del mundo, ha dispuesto para unos la felicidad, y para otros la desdicha. Mi suerte es la soledad. De muy joven he perdido ya mis padres. La animación y el ruido de un largo viaje, y el variado espectáculo de pueblos y paisajes no me convienen a mí. Me quedaré aquí en París, y acompañada de nuestra aya, esperaré el regreso de ustedes.
Por mi honra de hidalgo y por mi fe de cristiano, señora, bastaba con que yo supiese que esas cartas eran de su majestad, para que yo no pusiese en ellas los ojos. Esperad, esperad un momento, caballero dijo la dama. Esperaré cuanto queráis. Vuelvo al punto.
Palabra del Dia
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