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¡Ah! Pues si buscáis al señor Francisco Montiño, os aconsejo que le esperéis mañana, á las ocho, en la puerta de las Meninas; todos los días va á esa hora á oír misa á Santo Domingo el Real. Y el lacayo, creyendo haber dado al joven bastantes informes, se marchaba. Esperad, amigo, y decidme si no vais de prisa: ¿por qué razón he de esperar á mañana y esperar fuera del alcázar?

Era como las madres de los santos de la leyenda cristiana, cómplices sonrientes de todas las generosas locuras y disparatados desprendimientos de sus hijos. «Esperad que avise a mamá, y soy con vosotros», decía horas antes de una intentona revolucionaria, como si esta fuese su única precaución personal.

No, barón; otra persona hay aquí cuyo pensamiento permanece fijo en Monteagudo aun con más insistencia que el vuestro.... Me asombráis, noble señora, balbuceó Morel. Acercáos, joven de los rubios cabellos rizados, dijo doña Leonor extendiendo la diestra en dirección de Roger. Poned vuestra mano sobre mi frente. Así, esperad.

Y sin embargo, no miraba al joven. Y sin embargo, se mantenía duramente reservada. Atravesó el aposento rápidamente, y al llegar á una puerta, como pretendiese pasar don Juan, le dijo: Esperad un momento, señor. El joven respetó la voluntad de doña Clara, y se detuvo. La puerta se cerró.

Esperad, esperad un momento dijo pasando junto á una puerta de un corredor. El gentilhombre esperó. El padre Aliaga entró en aquella celda. En ella velaba un religioso. Amigo Benítez le dijo el padre Aliaga: salgo del convento de orden del rey, y acaso no vuelva tan pronto. ¿Cómo? ¿os prenden? dijo el padre Benítez, que era un religioso anciano. No por cierto; pero me hacen inquisidor general.

Los oyentes tornaron a reanudar las suaves emociones que les había producido, si bien un poco inquietos y nerviosos, como si temiesen a cada instante verse privados de aquel placer. Manolo se acercó a sus compañeros ahogando la risa y fue recibido también con risas y aplausos ahogados. Anda, Manolito, chilla otra vez. Esperad, esperad un poco; hace falta que estén descuidados.

Dióle Dios riqueza y poder, y cuna ilustre, y á me dió ingenio y dominio sobre los demás, y ojos que saben mirar, y oídos que sin escuchar oyen; somos, pues, uno solo. ¿Y qué me importa á de todo eso? dijo la Dorotea. Oíd, oíd, y esperad al fin.

puedo dijo don Francisco; y tiró adelante, siguiendo al maestresala, que después de haber atravesado algunas habitaciones más suntuosas y mejor alhajadas que las de palacio, abrió con un llavín una mampara, y dijo á Quevedo: Pasad y esperad; mi señor me manda rogaros le perdonéis si tardare. Y el maestresala cerró la mampara.

Sin embargo, la reina, por odio al duque de Lerma, ha podido bajar hasta decir á un hombre que pudiese servirla contra el duque: ¡esperad! ¡pero bajar más abajo! La reina tiene corazón. Es casada. Está ofendida. El rey la ama. El rey ama á cualquiera antes que á su mujer. Tengo pruebas del amor del rey hacia la reina; pruebas recientes.

¡El cocinero mayor de su majestad dijo el bufón , es usurero! ¿Qué tiene que ver ese pecado mortal de Francisco Montiño para nuestro secreto? Esperad, esperad. El señor Francisco Montiño se vale para sus usuras, de cierto bribón que se llama Gabriel Cornejo. Veamos, veamos á dónde vais á parar. Me parece que voy viendo claro.