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Actualizado: 25 de junio de 2025
»Pero, a los cuatro días que allí llegué, llegó un hombre en mi busca con una carta, que me dio, que en el sobrescrito conocí ser de Luscinda, porque la letra dél era suya. Abríla, temeroso y con sobresalto, creyendo que cosa grande debía de ser la que la había movido a escribirme estando ausente, pues presente pocas veces lo hacía.
Puse en la mesa de don Carlos el paquete de periódicos; volví a mi asiento; acabé los apuntes empezados, y en seguida leí mis cartas. Una era de cierto condiscípulo mío que solía escribirme de tiempo en tiempo, la otra de la tía Pepa que me decía: «Carmen va muy bien. Sarmiento viene todos los días, y está contentísimo, porque la pobrecilla come y duerme a las mil maravillas.
El doctor, como si despertase de un sueño, alzó la cabeza al oír esta queja del joven y repuso: No pienses en escribirme, Amaury, pues te prevengo que no habré de admitir ninguna carta. ¡Ya lo están viendo ustedes! exclamó Leoville. Nadie te priva de escribir a Antoñita, ni nadie le prohíbe contestarte. Puedes, pues, dirigirte a ella.
No le contesté en atención a que me lo rogaba. «Le haré a usted compañía desde lejos me escribía, tanta como me sea posible.» Y durante todo el tiempo que duró su ausencia, con intervalos regulares puso la misma paciencia en escribirme; así me recompensaba por mi obediencia al no seguirla.
Al día siguiente, mis inquietudes habían desaparecido a pesar de todo, pero por la tarde recibí una larga misiva de mi cura, llena de buenos consejos y con este final: «Reinita: tu carta ha venido a consolarme y alegrarme en mi soledad, te ruego que no te canses de escribirme. No sé que hacerme sin ti, y no voy al Zarzal, de miedo de llorar como un niño.
Capítulo XVI Donde se prosigue la demostración de que el amor puede hacer astuta a la engañada y crédulo al engañador La carta confiada por don Juan a Julia y leída con avidez por Cristeta, decía lo siguiente: «Sé que no tengo derecho a pedirte nada, ni lo merezco, pero es necesario que hablemos una sola vez; cinco minutos, donde tú quieras. Puedes escribirme a mi casa con entera confianza.
Manuel y Pepe habían sido compañeros de colegio, condiscípulos de carrera y camaradas de aventuras en la primera época de su juventud: tal confianza les unía, que al irse a Nueva York el primero dijo al segundo: Ya he dicho a Felisa dónde ha de escribirme y hasta qué fecha; pero cuando le avise que estoy a punto de volver, me escribirá aquí.
No dejes de escribirme, te lo ruego, y ¡ámame, ámame como yo te amo! Piensa que he sido muy desgraciada; que estoy sola, casi sola en el mundo, porque el santo anciano, que ha sido para mí un verdadero padre, vivirá poco, y el día que me falte.... Antes de conocerte él era mi único amor, y me decía yo: mientras mi papá viva yo viviré, después... ¿para qué?
Hice proyectos absurdos de provocarle, que, afortunadamente, no llegué a realizar, y a mediados del mes de julio me quedé sorprendido con la entrada en la bahía de Cádiz de la Bella Vizcaína. Llegaba el momento fatal. Había que embarcarse. Me despedí de mi novia, que me hizo mil promesas de fidelidad y de escribirme, y me fuí a la fragata considerándome un hombre desgraciado.
¡Ah, sí! dijo suspirando la condesa. ¿Pero supongo que no cederéis á la tentación? Necesario es que yo me acuerde de lo que soy y de donde vengo, para no echarlo todo á rodar: ¡escribirme á mí esta carta! Y la condesa estrujó entre sus pequeñas manos la carta que la había devuelto la camarera mayor. ¡Y si este hombre estuviese enamorado de mí, sería disculpable! pero lo hace por venganza.
Palabra del Dia
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