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Actualizado: 20 de julio de 2025
Viejas de mala catadura cruzaban de aquí para allá, llevando en la mano alguna sortija o joyel; se acercaban a éste o al otro corro de beldades enveladas, o entraban en una o en otra casa, dando una cita, entregando un billete, recibiendo una flor de amoroso significado, sin que el Argos más celoso pudiera advertir ni sorprender su misión misteriosa.
Era un arroz que contenía en sus entrañas la concentración de todas las substancias del mar. Como si cumpliese una ceremonia litúrgica, iba entregando medio limón á cada uno de los que ocupaban la mesa. El arroz sólo debe comerse luego de humedecerlo con este rocío perfumado, que evoca la imagen de un jardín oriental.
Así los pueblos Filipinos se han mantenido fieles durante tres siglos entregando su libertad y su independencia, ya alucinados por la esperanza del Cielo prometido, ya halagados por la amistad que les brindaba un pueblo noble y grande como el español, ya también obligados por la superioridad de las armas que desconocían y que para los espíritus apocados tenían un carácter misterioso, ó ya porque valiéndose de sus enemistades intestinas, el invasor extranjero se presentaba como tercero en discordia para después dominar á unos y otros y someterlos á su poderío.
A eso voy, a dejar a usted en paz. A ver, a ver, las alhajas, todas las alhajas que he dado a usted y que no estén... pignoradas, váyamelas usted entregando». Isidora se quitó con nerviosa presteza las sortijas; sacó de una cajita varios objetos de oro, y todo lo tiró a los pies de Botín.
Se presentaban a pedir prórrogas entregando algunas pesetas como donativo gracioso que no influía en la rebaja del débito; solicitaban otros un préstamo humildemente, con timidez, como si vinieran a robar al avariento rábula; y lo extraño del caso era que, según notaban los vecinos, toda aquella gente después de dejar allí cuanto tenía, marchaba contenta, con rostro de satisfacción, como si acabara de librarse de un peligro.
»Hecho esto, dieron orden en que los tres compañeros nuestros se rescatasen, por facilitar la salida del baño, y porque, viéndome a mí rescatado, y a ellos no, pues había dinero, no se alborotasen y les persuadiese el diablo que hiciesen alguna cosa en perjuicio de Zoraida; que, puesto que el ser ellos quien eran me podía asegurar deste temor, con todo eso, no quise poner el negocio en aventura, y así, los hice rescatar por la misma orden que yo me rescaté, entregando todo el dinero al mercader, para que, con certeza y seguridad, pudiese hacer la fianza; al cual nunca descubrimos nuestro trato y secreto, por el peligro que había.
Con esto el chico á los catorce años era un pilluelo que, en vez de ayudar á los gastos de la casa, sacaba de ella de un modo ó de otro cuanto podía. Acompañado de otros pícaros de su misma edad, vagaba por las tabernas, entregando todas sus horas al vino y al juego.
Clara vaciló un instante, pero al cabo dijo alzando los hombros: Está bien; pásalo al salón. Y entregando su hijo a la niñera fuese a ver quién era el visitante. Cuando puso el pie en el salón una ola de rubor subió a sus mejillas. En medio de él, grande, colosal, más colosal aún que antes, se hallaba el marquesito del Lago. Este se puso también fuertemente colorado al verla.
Quevedo salió y se encaminó á casa del duque de Lerma, en cuya portería escribió la carta en tres renglones que le abrió paso hasta el despacho del duque. Recibióle Lerma afablemente y le mostró la carta que acababa de leer. Explicadme esto, don Francisco le dijo. La explicación está en estos sangrientos papeles dijo Quevedo entregando al duque los que llevaba en la mano.
Era ya una mujer, era una novia; y lo era a los ojos de todos, a pleno sol, en plena posesión de todas las sensaciones divinas del amor, entregando su alma a otro hombre sin volverse a mirar si él padecía, si él se quedaba solo en el mundo, abandonado del único objeto de su vida....
Palabra del Dia
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