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Actualizado: 4 de noviembre de 2025


De pie junto a una ventana, por la que entraba la turbia claridad de un patio interior, contempló el sobre que le habían entregado al llegar al hotel, admirando la elegancia de los caracteres en que estaba escrita la dirección, finos y esbeltos. Luego sacó el pliego, aspirando con deleite su perfume indefinible. ¡Oh!

Apenas entraron en él los ingleses, un grito resonó unánime, proferido por nuestros marinos: «¡A las bombasTodos los que podíamos acudimos a ellas y trabajamos con ardor; pero aquellas máquinas imperfectas desalojaban una cantidad de agua bastante menor que la que entraba. De repente un grito, aún más terrible que el anterior, nos llenó de espanto.

En efecto, el criado entraba en este momento; sólo tuvo que recoger los restos carbonizados tirados por el suelo. Y si nadie me hubiera socorrido continuó María Teresa sonriendo, habría sido víctima de este accidente. No se lo reprocho; pero usted ha querido encender estas bujías de cera que quieren ser de la época, y ha colocado mal la pantalla que usted ha hecho arder.

Cerca de la puerta había una reja de madera que separaba el público de las monjas los días en que el público entraba, que eran los jueves y domingos. De la reja para adentro, el piso estaba cubierto de hule, y a los costados de lo que bien podremos llamar nave había dos filas de sillas reclinatorios.

No qué malditos pensamientos asaltaron entonces mi debilitado y fatigado espíritu: me imaginé de repente con los colores más insoportables, el porvenir de lucha continua, de dependencia y humillación al que entraba lúgubremente por la puerta del hambre; sentí un disgusto profundo, absoluto, y como una imposibilidad de vivir.

Manejaban el género con absoluta indiferencia, cual si los sacos de monedas lo fueran de patatas, y las resmas de billetes, papel de estraza. A Jacinta le daba miedo ver aquello, y entraba siempre allí con cierto respeto parecido al que le inspiraba la iglesia, pues el temor de llevarse algún billete de cuatro mil reales pegado a la ropa le ponía nerviosa.

Entraba en tierra extranjera, y como soldado que se prepara á combatir apenas cruza la frontera enemiga, Batiste buscó en su faja las municiones de guerra, dos cartuchos con bala y postas fabricados por él mismo, y cargó su escopeta. El hombretón rió después de hacer esto. Buena rociada de plomo iba á recibir todo el que intentase cortarle el paso.

Doña Cristina no entraba nunca en aquella iglesia sin sentir un cosquilleo de bienestar. Experimentaba igual satisfacción que si penetrase en un salón elegante, donde sin esfuerzo alguno, con una dulzura casi voluptuosa y sin molestos contactos, se ganaba la salvación del alma. Reconocía una vez más el talento de los buenos Padres al admirar la decoración del templo.

Pasábanse horas sin oir el menor ruido. Alicia dormitaba. Jordán vivía casi en la sala, también con toda la luz encendida. Paseábase sin cesar de un extremo a otro, con incansable obstinación. La alfombra ahogaba sus pasos. A ratos entraba en el dormitorio y proseguía su mudo vaivén a lo largo de la cama, mirando a su mujer cada vez que caminaba en su dirección.

Desta salida comenzaron los enemigos á recogerse más y fortificarse con trincheas altas de tierra y fajina, y enviaron caballos y gente de pie al paso de la Cántara, por donde se entraba de tierra firme á la isla, creyendo que esperábamos socorro del jeque ó del Rey de Caruán.

Palabra del Dia

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