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Actualizado: 4 de noviembre de 2025


El carácter zalamero y adulador de la doncellita había ganado su corazón de tal manera, que con él, sin saberlo ella misma, le había entregado la voluntad. Estefanía era de hecho quien mandaba en la casa, pues que mandaba en la señora. El criado que no entraba en su gracia, podía prepararse a salir en plazo más o menos corto.

En esta perplejidad, D. Valentín entraba y salía; asomaba de vez en cuando la nariz á la alcoba, á ver si le veía Doña Blanca y le decía que entrase, y, sin decidirse á entrar, mientras no alcanzaba la venia, preguntaba á Clara por su madre, ni en voz muy alta para que Doña Blanca se incomodase, ni en voz muy baja para que fuera posible que Doña Blanca le oyese y comprendiese que su marido cuidaba de ella y no era un hombre sin entrañas.

Y riendo de nuevo como arrepentida de estas palabras dichas con gravedad y convicción, en las que resumía toda la historia de aquel amor, añadió con expresión burlona: Qué parrafito, ¿eh? ¡Qué efecto hubiese hecho al final de tu discurso! El carruaje entraba ya en la plaza de Oriente: iba a detenerse ante la casa de Leonora.

Cuando desperté, entraba la luz en mi gabinete por el cuarterón que siempre dejaba entreabierto en la puerta de la solana. Me pareció que la luz era más alegre que la que me había saludado en idénticos casos durante la última quincena, o que estaría el sol ya muy arriba, lo cual no sería extraño por lo tarde que me había dormido por la noche.

Allí estaba la hospedería, donde eran recibidos los forasteros, ya fuesen legos o religiosos. Estaban también la librería, las sacristías, los guardamuebles y otras oficinas. En el segundo patio, al que se entraba por una puerta exterior, se hallaban abajo los almacenes para el aceite y arriba los graneros.

Jueves 10, salió el Padre Matias Strobl y el alferez D. Salvador Martinez, con algunos soldados, á ver si hallaban indios en tierra: y los Padres Cardiel y Quiroga, y el piloto mayor Varela salieron en la lancha prevenidos de víveres á sondar la bahia hasta el rio de la Campana, que ponen algunos mapas, ó si entraba otro rio, con ánimo de no desistir de la empresa hasta averiguarlo todo.

Ahora entraba, sin pesar, sin esfuerzo, en la senda indicada por la experiencia de su madre. No había habido violencia; le había bastado dejarse dirigir por los acontecimientos, secundados por su naturaleza egoísta. La solución, bajo la forma de una ruptura probable, que lo asustaba pocos días antes, le parecía hoy casi deseable, lo mismo que necesaria, si los asuntos seguían mal.

Podía saberlo su Marcelo: ¡qué horror!... Pero el español consideraba denigrante salir de allí sin llevarse algo, y á falta de dinero, cargaba con un cesto de botellas de la rica bodega de Desnoyers. Todas las mañanas entraba doña Luisa en Saint-Honorée d'Eylau para rogar por su hijo. Apreciaba esta iglesia como algo propio. Era un islote hospitalario y familiar en el océano inexplorado de París.

El menor, Antonio, se hizo médico por no contrariar al viejo, pero una vez conseguido el título, entró á prestar sus servicios en un trasatlántico. Su padre le había cerrado la puerta del mar, y él entraba por la ventana. Fué envejeciendo el patrón, completamente solo. Cuidaba de sus bienes, unas cuantas viñas escalonadas en la costa, á la vista de la casa.

Era la risa de todos tan grande que toda la gente que por la calle pasaba entraba a ver la fiesta; mas con tanta gracia y donaire recontaba el ciego mis hazañas que, aunque yo estaba tan maltratado y llorando, me parecía que hacía sinjusticia en no se las reír.

Palabra del Dia

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