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Dio voces Zoraida que le sacasen, y así, acudimos luego todos, y, asiéndole de la almalafa, le sacamos medio ahogado y sin sentido, de que recibió tanta pena Zoraida que, como si fuera ya muerto, hacía sobre él un tierno y doloroso llanto.

Cuando acudimos a donde estaba mi amita, la encontramos: tan grande era su dolor, que los cariñosos padres no pudieron calmar su espíritu con ingeniosas razones, ni atemperar su cuerpo con los cordiales que traje a toda prisa de la botica. Confieso que, profundamente apenado, yo también, al ver la desgracia de los pobres amantes, se amortiguó en mi pecho el rencorcillo que me inspiraba Malespina.

Apenas entraron en él los ingleses, un grito resonó unánime, proferido por nuestros marinos: «¡A las bombasTodos los que podíamos acudimos a ellas y trabajamos con ardor; pero aquellas máquinas imperfectas desalojaban una cantidad de agua bastante menor que la que entraba. De repente un grito, aún más terrible que el anterior, nos llenó de espanto.

Ambos, en el primer momento, habían contestado en singular, cuando lo natural era que hubieran dicho: «AcudimosFerpierre concedía cierta importancia a este hecho, del que le parecía poder deducir que no habían estado los dos juntos, como lo aseveraban. Pero ¿cuál de los dos se encontraba con la Condesa? ¿Quién mentía? ¿Sobre quién recaían las sospechas?

Todos acudimos a ella, la levantamos, la consolamos con palabras cariñosas; pero ella clamaba sin cesar: Mátenme de una vez. No quiero vivir. La señora doña María la perdonará a usted le dijimos. No, mi madre no me perdonará. Estoy condenada para siempre. Doña María, por largo tiempo llena de entereza y superioridad, comenzó a declinar y su grande ánimo se abatió ante espectáculo tan lamentable.

Acudimos, pues, al panteón de los Reyes de España, á la hora de la cita. ¿Y qué vimos allí? ¿Qué vieron las tímidas jóvenes y los atolondrados niños y los zafios mozuelos que nos precedieron ó siguieron en tan espantoso atentado?

Está bien; pero supongamos que ésta no se consigue y que en tal trance no acudimos a usted, que ha hallado la panacea universal, sino a alguno de sus colegas, menos prácticos que usted en la terapéutica, y que le espetamos esta pregunta concreta: «¿Podemos morirnos de amorEso no se pregunta a los médicos, sino a los enfermos repuso el doctor.

Fue entonces cuando acudimos al guarapo, el jugo de la caña, ligeramente fermentado, que constituye una bebida sana y fortificante. A la una y media de la tarde estuvimos en la cumbre de una montaña que trepábamos desde temprano y que nos parecía inacabable.

Doblaremos quizá la suma. ¿Qué ganaría yo con eso? Si yo fuese lo que usted supone, podría tomar hoy el dinero y dar mañana el escándalo. Pero valgo más que todos ustedes. ¡Muchas gracias! Tome usted, bello embajador, llévele esto al rey su señor y dígale que si quiere algo para el otro mundo, me lo puede enviar esta noche. ¡Cómo! ¿Ya acudimos a los grandes efectos? , amigo mío.

Mientras tanto, nuestra pobre amiga se encontraba muy afectada y abatida, preguntando a cada instante por su Inocencio. Yo, para no afligirla más, le dije que el autor lo había tomado con resignación y se había salido del teatro a respirar un poco el fresco. La infeliz se revolvía contra misma echándose toda la culpa. Se alzó el telón para el acto tercero: todos acudimos a las cajas con afán.