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Actualizado: 27 de junio de 2025
En sus mejillas pálidas, había dos puntos encendidos que ganaban en viveza a las cintas del gorro, y realzaban la mirada impaciente de sus ojos brillantes y atrevidos. Se le desprendía el cabello inquieto, como si quisiese, libre de redes, soltarse en ondas libres por la espalda.
Alicia vigiló cómo estos cirios eran encendidos y colocados en un candelabro frente á la Virgen. Luego se arrodilló, permaneciendo rígida sobre sus rótulas. Transcurrió el tiempo. Miguel la veía igual á las dos mujeres del pueblo: una masa negra inmovilizada por el rezo y la súplica.
Un largo silencio sucedió a este arranque de orgullo. Ambos mirábamos el fuego como dos buenos hechiceros que intentaran leer el secreto del porvenir en las llamas y carbones encendidos. Mas, llamas y carbones permanecían mudos y yo lloraba silenciosamente, cuando el cura prosiguió semisonriendo. Sin embargo, no se parece a Francisco I, ni a Buckingham.
Un día notó Julián en Nucha algo más serio aún: no ya expresión de melancolía, sino hondo decaimiento físico y moral. Sus ojos se hallaban encendidos y abultados, como de haber llorado mucho tiempo seguido; su voz era desmayada y fatigosa; sus labios estaban resecos, tostados por la calentura y el insomnio.
Demasiado buena moza, demasiado hermosa, por desgracia... pero ya está ahí... vete... por ahí... Y le señaló á Santos una puerta de escape. La condesa entró en el despacho del duque, cerró la puerta, y asiendo un sillón, le acercó al del duque y se echó el manto atrás. ¿Qué es esto, Catalina? ¿qué es esto? ¡Pálida, llorosa, con los ojos encendidos! ¿Qué tienes, condesa?...
Pedro Valdivieso refería que el mismo don Felipe acababa de traer a su hijo, en nombre de Su Majestad, el nombramiento de Regidor. Cuatro lacayos entraron en la sala con ocho candelabros encendidos y un momento después llegaba el dueño de casa con algunos señores. Doncellas y galanes se levantaron.
No salió una palabra de sus labios. El cirio que el sacristán le dio no era más amarillo que su rostro en aquel momento. Atravesamos las calles tristemente, precedidos de la campanilla fatal, que, a intervalos largos, tañía con repique temeroso. A la puerta de la casa, Matildita, Fernanda, los criados y algunas amigas, de rodillas y con cirios encendidos también, esperaban al Señor.
A lo dicho debe juntarse que el tránsito continuo de coches con faroles encendidos por la plaza de la Concordia, causando un desnivel constante entre sus luces y las luces de los campos Elíseos, de la plaza y de los cafés, comunicaba á todo el grupo el aspecto extraño de una hoguera que parece que pasa y que no acaba de pasar, mientras que al rumor de las fuentes y de los coches, iba unida confusamente la voz de hombres y mujeres que cantaban en los cafés vecinos.
El furor del loco no tuvo límites. Convulso, rechinando los dientes, con los ojos encendidos, se arrojó sobre el burlador; pero los demás le sujetaron. El pobre demente comenzó entonces a lanzar bramidos que nada tenían de humanos. En aquel instante se oyó en el corredor la voz irritada de Clementina. ¿Qué es eso? ¿Qué hacen ustedes a papá?
Sentose la joven, y la pluma remontándose de nuevo por los aires, empezó a dar vueltas en torno suyo, admirando de cerca y, de lejos, ya la blancura del cutis, ya la expresión y brillo de los ojos, ya los cabellos negros, ya sus labios encendidos, todas y cada una de las perfecciones de tan ejemplar criatura. «Aquí me he de estar toda la vida exclamaba la viajera en su enrevesado idioma.
Palabra del Dia
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