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Actualizado: 3 de junio de 2025
Francisca me hacía una pregunta y yo respondo... Los profesores están hechos para responder añadió el cura con una buena sonrisa. Decíamos, pues dijo reanudando el hilo de sus ideas, que Marcel Prevost se ocupaba en la cuestión del celibato y va hasta aconsejar que se eduque a las muchachas para ese estado.
Compadecido don Manuel, ablandó su voz para decirle efusivamente: Todavía estoy aquí yo, hijo. En la negra hora de su agonía le juré a tu madre ampararte, y he tratado de cumplir mi juramento. Te eduqué y te hice un hombre; dócil ha sido tu condición para que yo haya podido formar de ti un mozo tan noble y amable como para hijo le hubiera deseado.
Ella misma admiraba su laboriosidad. ¿Quién podía haber supuesto años antes tales cualidades en la dueña del lujoso palacete de la Avenida del Bosque, que los más de los días se levantaba á las tres de la tarde?... Todo se lo debo á mamá. Me eduqué en un colegio de Inglaterra cuando era de moda sustituir el ejercicio físico de los sports con los trabajos domésticos.
Catalina lo tranquilizaba entonces, como diciéndole con su mirada cariñosa: Espérate a que eduque a Cónsul, para convidarte con champaña y gallina, como Niní a Sansón, el hombre de las pesas falsas y de los músculos postizos... Una noche estuvo Raguet más exigente que de costumbre. Necesitaba en ese mismo instante trescientos francos...
Habla, tú que eres la madre de esta niña. ¿No crees que sería mejor, tanto para el bienestar temporal como para la vida eterna de tu pequeñuela, que se te prive de su cuidado, y que vestida de una manera menos vistosa, se la eduque en la obediencia y se la instruya en las verdades del cielo y de la tierra? ¿Qué puedes hacer en pró de tu niña en este particular?
Mira, cuando pienso en lo que ha venido a parar nuestro orgullo, todos los nervios me vibran, y pacífico como soy, no sé, siento ansias de atropellarlo todo o de romperme la cabeza contra esa pared. ¡Señor! yo he trabajado honradamente toda mi vida; no he distraído jamás un centavo de mi humilde paga, ¡tú puedes decirlo, Casilda! todo para la casa, todo para el niño de la casa: que se eduque bien, que se vista bien, que viva, que goce... mañana, hombre de provecho, me resarcirá de mis desvelos, y esa fortuna que su padre ha perdido, por desgracia y por inepcia, lo confieso, él sabrá reconquistarla por medio de la labor honesta... en lugar de esto, ¿qué sucede, Casilda? que no contento con el sacrificio que le hemos hecho, de dedicar nuestra vida al cuidado de la suya, de ahogar nuestros deseos más humildes para dar expansión a los suyos, y de haber comprometido nuestra posición modestísima, quiere ahora tomar nuestra dignidad, lo único que nos queda, lo único que nos ha dejado... ¡No, esto no será, porque yo no quiero que sea! ¿debe? que pague; ¿no puede pagar? ¡que reviente!
Alfonso estuvo solo con ella unos instantes, después que nosotras, y procuraba disimular sus lágrimas y la emoción de su voz; ella le dijo algunas palabras, y le tendió la mano; luego bendijo desde su lecho, pero sin verle, a su tierno hijo. ¡Ah! que se le eduque dijo la pobre, en la fe que me ha de volver todos los seres de quienes, sin ella, no podría separarme tranquila.
Me la has dado completa, a fondo, de maestro... Cierto que no tengo poder sobre ti... Si te pierdes, bien perdido estás. No me vengas a mí después con arrumacos. Te crié, te eduqué, he sido para ti una madre. ¿No te parece que debías haberme dicho: 'pues tía, esto hay'?». Cierto que sí replicó vivamente Maximiliano , pero me daba reparo, tía.
Mientras tanto, procuraba la marquesa sosegar a Diógenes, diciéndole que había mandado a toda prisa a Loyola por un padre jesuita, que debía de llegar de un momento a otro. Diógenes exclamó: Con ellos me eduqué... Pero no lo digo nunca... ¡Los deshonro!...
Yo, que me había interesado por ella por compasión, empecé a interesarme por afecto, y por un momento sentí que mi hastío por la vida desaparecía; comprendí que había encontrado algo a que podía consagrarme dignamente: a hacer el porvenir de aquella joven tan simpática, tan merecedora de amparo, yo era entonces impío y me dije: Ya que la casualidad la ha procurado un buen hombre que la eduque, yo, que soy rico, haré lo demás: el sacerdote por una parte, y el calavera de buen corazón por otra, haremos de ella un prodigio.
Palabra del Dia
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