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Actualizado: 8 de mayo de 2025


No percibía el menor sonido. Pronto distinguí los vagos contornos del cenador, cuyos peldaños subí. La puerta de madera y muy endeble, se abrió en seguida y una mujer que allí esperaba se apoderó vivamente de mi mano. Cierre usted la puerta murmuró. Obedecí y dirigí hacia ella la luz de la linterna.

Valia esta unas sesenta onzas de oro; pero me vían pobre, y con premura de vender. El primero á quien me dirigí me ofreció treinta, el segundo veinte, y el tercero diez; y la iba á dar por este precio, segun estaba ciego. Vino á la sazon á Babilonia un príncipe de Hircania, asolando todo el pais por donde pasaba, el qual saqueó mi casa, y despues le puso fuego.

Después, cuando me dirigí a mi cuarto con mi luz en la mano, di una vuelta para pasar por delante de su puerta, con la esperanza de encontrarlo en el corredor, pero todo estaba desierto y la puerta cerrada con llave. Sólo el ruido de sus pasos que sacudían la casa, resonaba en el interior. En el cuarto de Marta reinaba un silencio de muerte. Apliqué el oído al agujero de la cerradura: nada se oía.

Sin embargo, tal como estaba, aún hubiera podido hacerme el más dichoso de los mortales si me hubiera dirigido una sola palabra cariñosa; pero permaneció indiferente y fría, como siempre había estado conmigo. Esta frialdad fue poco a poco apartándome de ella. La pérdida de su hermosura hizo lo restante. Nunca dirigí contra ella la menor queja. Hoy mismo no tengo nada que echarle en cara.

Mira, añadió resueltamente mi mujer; déjame en la fonda; no quiero dar un franco por ver ese edificio; por una peseta está cavando un español todo el dia en el campo....» Sin embargo estos sermones de mi compañera, yo me dirigí al estanco, con el fin de comprar el documento que el conserje me reclamaba. Mi mujer lo notó, y se detuvo á despecho mio. No te empeñes, porque no voy.

»Abracé a Antoñita, que había pronunciado estas palabras en un tono de sinceridad que no dejaba lugar a la más leve sombra de duda; y mientras ella volvía a tomar asiento en su banco, yo me dirigí hacia la escalinata para subir al salón. »Al poner el pie en la primera grada, la voz de Magdalena, suave como el cántico de un ángel, y esto vino a disipar mi tristeza.

La otra comenzó a reír de tan buena gana, que le dirigí una rápida y no muy afectuosa mirada. Pero no se dio por entendida; siguió riendo, aunque para no encontrarse con mis ojos volvía la cara hacia otro lado. Hermana San Sulpicio, mire que es pecado reírse de los disgustos del prójimo le dijo la madre. ¿Por qué no imita a la hermana María de la Luz? Esta se puso colorada como una amapola.

Comimos, volví a embozarme y precedido de Tarlein me dirigí adonde nos esperaban los caballos. No eran más de las ocho y media de la noche, había mucha gente en las calles para una población tan pequeña y era fácil ver que los buenos vecinos de Zenda comentaban noticias al parecer muy interesantes.

Vamos, Angelina.... ¡A dormir, que es muy tarde! Carmen te está esperando. La pobrecilla quiere cambiar de postura.... En tanto que Angelina cerraba la puerta de la sala me dirigí a mi recamarita. El viento inundaba la habitación con los mil aromas del jardín, y el amor derramaba en mi alma el perfume embriagante de los años juveniles.

Volví la cara a un lado, y como ya no podía seguir representando el papel de mujer superior, me dirigí a la puerta. A partir de ese instante, el primo Roberto me dio mucho qué pensar.

Palabra del Dia

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