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Actualizado: 8 de julio de 2025
Cuando me dirigí al Alene, que debía partir a la mañana siguiente, encontré un sinnúmero de hombres y mujeres descargando cerca de cincuenta vagones que una locomotora acababa de dejar al costado del vapor, al que transbordaban el contenido. ¿Sabéis lo que era? ¡Plátanos! Jamás he visto una cantidad semejante de bananas.
¿En presencia de una dama? dijo señalando a la muchacha. ¡Qué cosas tiene Vuestra Majestad! Entonces, furioso, sin saber lo que hacía, corrí hacia él. Pareció vacilar un instante, pero después refrenó el caballo y me esperó. Continué mi carrera, enloquecido, así las riendas y le dirigí una estocada, que paró, devolviéndome el golpe.
Por fin me separé de ella. Dirigí mis rápidos pasos al puente, donde me esperaban Sarto y Federico. A indicación suya, cambié de traje, y ocultando el rostro como lo había hecho antes varias veces, montamos a caballo a la puerta del castillo y cabalgamos todo el resto de la noche. Al amanecer nos hallamos en una pequeña estación inmediata a la frontera.
Subí al coche, y bajamos pausadamente á través de los Campos Elíseos, hasta la plaza de la Concordia. Allí me apeé, y me dirigí hacia las fuentes.
Y, sin darme cuenta de ello, dirigí mis ojos al palco que algunos años antes había excitado vivamente mi curiosidad. ¡Cuál fue mi sorpresa! también estaba desocupado aquella noche; de cuantos había en el teatro, era el único que se encontraba vacío.
A los pocos segundos salió de nuevo y vino a decirme que el colegio estaba próximo a la iglesia. En esa casa que hase rincón, ¿sabe uté? Le di las gracias y me dirigí hacia allá a paso lento. Por si acaso la mujer me estaba mirando, entré en el portal, aunque sin ánimo alguno de llamar a la puerta. Era un edificio viejo sin fachada regular.
Guardéme bien de ponérselo en duda siquiera; me despedí de él muy afable, y me dirigí a la casa del médico, que estaba a dos pasos.
Arreglados mis bártulos, y después de comer precipitadamente, tomé el tren correo de Sevilla el día 4 de Abril de 188... Cuando hubieron cesado las despedidas, y el pito del jefe dio la señal de marcha y el prolongado tren salió de la estación, dirigí una mirada de examen a los que me acompañaban.
¡Ah! ¡Pobres pasiegas! ¡Cómo me explico ahora el que sus esposos las envíen á Madrid á desempeñar el papel de vacas de leche, convirtiendo la bendición conyugal y sus frutos en un oficio ó granjería! ¡Y cuánto siento haber tenido que retratarlas, en conciencia, hace pocas noches, de la cruel manera siguiente, en una epístola que dirigí á nuestro amigo Cruzada!.....
Me levante, e inclinándome ligeramente me dirigí hacia la puerta. La alegre muchacha corrió a alumbrar el camino y el joven retrocedió un paso, fijos los ojos en mí. Al llegar a su lado me dijo: Con perdón, señor: ¿conoce usted al Rey? Jamás lo he visto, pero espero conocerlo el miércoles. Nada más dijo, pero presentí que sus ojos siguieron clavados en mí hasta que se cerró la puerta.
Palabra del Dia
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