Vietnam or Thailand ? Vote for the TOP Country of the Week !
Actualizado: 18 de junio de 2025
Era aquél un cuadro homérico: el sol llegaba al ocaso; las majadas que volvían al redil hendían el aire con sus confusos balidos; el dueño de la casa, hombre de sesenta años, de una fisonomía noble, en que la raza europea pura se ostentaba por la blancura del cutis, los ojos azulados, la frente espaciosa y despejada, hacía coro, a que contestaban una docena de mujeres y algunos mocetones, cuyos caballos, no bien domados aún, estaban amarrados cerca de la puerta de la capilla.
Llegó por fin un momento en que Fray Miguel se encontró menos agobiado de sus males, con la mente despejada, con las piernas y los brazos más firmes para accionar y moverse y con la voz entera para poder expresar sin fatiga ni esfuerzo cuanto sentía y pensaba.
Ninguno de los frailes, sus compañeros, notaba ni por indicios el tormento infernal que desgarraba el corazón del ambicioso Fray Miguel, y que para un observador perspicaz y que sintiese por él algún afecto, se vislumbraba en su pálido y demacrado rostro, en las muecas nerviosas y como de réprobo que involuntariamente hacía de vez en cuando, y en el brillo calenturiento de sus hundidos negros ojos, a los cuales, así como a la despejada y blanca frente, daba casi siempre sombra la capucha.
En 1822, al contrario, en las bocas del Bengala, vióse á la tromba durante veinticuatro horas, aspirar el aire y subir el agua otro tanto, tragándose cincuenta mil seres humanos. Ahora, el aspecto cambia. Nos encontramos en Africa. Allí, llámase tornado á la tempestad. Estando la atmósfera calmosa y despejada, se siente cierta opresión en el pecho.
Este fantástico ser tiene la cabeza redonda y algo grande, la frente despejada, y asierra con esmero y seriedad los dos huesos de una pierna viva. ¡Monstruo! exclamó, sin poder contenerse, M. L'Ambert. Y en aquel mismo instante, vio entrar al monstruo en persona, y el criado anunció a M. Bernier.
Don Carlos, en efecto, era un morenito muy salado de veintidós á veintitrés años. Sus vivos y grandes ojos resplandecían con el fuego de la inspiración. Su cabellera negra, ya sin polvos, lucía y daba reflejos azulados como las alas del cuervo. Los movimientos de su boca al hablar eran graciosos. Los dientes que dejaba ver, blancos é iguales; la nariz, recta, y la frente, despejada y serena.
Bonis no rabió. La solemnidad del momento no consentía malas pasiones. Lo que hizo fue abrazar a su esposa, consiguiéndolo a duras penas. Emma tenía poca calentura: estaba muy despejada; y ya sin miedo al peligro del puerperio, aunque no había pasado, había decidido engalanarse y engalanar su lecho.
¡Eran ellos! Sí, eran ellos. Mucho antes de oír su voz claramente los había adivinado. Se paseaban por una calle más ancha y despejada que las otras, resguardada de un lado por el muro, del otro por alto seto de boj. Amalia se colgaba del brazo del conde con imperio y negligencia y hablaba mirando al suelo, mientras él se inclinaba hacia ella risueño, sumiso, metiéndole las palabras por el oído.
Prosiguió el coloquio con esta vaga fluctuación entre lo real y lo imaginativo; y en tanto, Benina, calle arriba, calle abajo, ya con la mente despejada, tranquilo el espíritu por la posesión de un caudal no inferior a tres duros y medio, pensaba que toda la tracamundana del conjuro de Almudena era simplemente un engaña-bobos.
Además, ya sabemos que Clementina era para él, no sólo la tórtola enamorada, sino el cuervo que le traía en su pico el sustento. Envuelto en su gabán de pieles y arrellanado en el rincón del coche, no despegó los labios en todo el camino. Era la una. La noche fría y despejada, una noche de Madrid, en que el ambiente produce cosquillas en los ojos y la nariz.
Palabra del Dia
Otros Mirando