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Actualizado: 4 de junio de 2025
Si las miras son egoistas, el órden se pervierte, y la moralidad se disipa; cuando no hay miras de egoismo, y se obra principalmente á impulsos del sentimiento, la accion ya es bella, pero su carácter es mas bien de sensibilidad que de moralidad; mas cuando, con el corazon desgarrado por el dolor del sacrificio, la voluntad, precedida por la reflexion, manda este sacrificio, y se cumple el deber, porque es un deber; ó quizá se hace un acto no obligatorio, por el amor á su bondad moral, y porque el acto es agradable á Dios, vemos en la accion, algo tan bello, tan amable, tan digno de alabanza, que nos quedaríamos desconcertados si se nos preguntase entonces la razon del sentimiento respetuoso que experimentamos hácia la persona que por tan nobles motivos se sacrifica por sus semejantes.
Su fiebre ha inflamado tus arterias, su tos te ha desgarrado el pecho; has gritado cien veces a la muerte, a ese espectro que siempre anda en torno nuestro, invisible para todos, menos para nosotros los míseros privilegiados de la ciencia; has gritado cien veces a ese espectro, que tocando tu flor puede troncharla y con su soplo puede matar tu resurrección y tu dicha: »¡Arrástrame contigo, pero déjala vivir!
?Con tus propias manos? iCon mis propias manos! no; fue mi corazon el que marchito el suyo y le destrozo. He derramado su sangre, pero no ha sido la suya. Su sangre ha corrido sin embargo, he vislo su pecho desgarrado y no he podido curar sus heridas.
Hécuba, la desventurada esposa de Príamo, la madre sin hijos, la reina esclava, no tuvo nunca el corazón tan desgarrado como lo tenía en aquellos momentos el infeliz cocinero de su majestad el rey don Felipe III. Cuando salieron del alcázar, continuaba lloviendo ni más ni menos que como tres días antes de entrar don Juan Girón en Madrid. Montiño no sintió la lluvia.
Aquel tono indiferente no podía engañar á nadie. Hablaba con el corazón desgarrado. Sus palabras expiraban á menudo en la garganta, como el eco de un sollozo reprimido. Las que llegaban á los labios venían envueltas en lágrimas. Mientras las pronunció no apartó los ojos del nebuloso horizonte, que el sol teñía de grana.
En aquellas palabras, en el desgarrado acento con que las repetía, había un desconsuelo, una amargura, una desesperación tan grande, que la muerta no parecía ya merecer tanta compasión como el vivo, como aquel hombre inconsolable, abrumado por el dolor, que parecía, él también, próximo a perder el aliento.
Marcelo corrió a Longueval con el corazón desgarrado: adoraba a su padre. Pasó un mes al lado de su madre, y al cabo de ese tiempo, le manifestó la necesidad de volver a París. Es verdad le dijo ella, es preciso que te vayas. ¡Cómo! ¿que me vaya?... Que nos vayamos los dos. ¿Crees, acaso, que te dejaré aquí sola? Te llevo conmigo.
Ceniciento velo ocultaba las rocas y sólo podía yo divisar á trechos vagas masas negras y amenazadoras que, según lo espeso de la bruma, se acercaban y alejaban alternativamente. Hallábame transido de frío, entristecido, mal humorado. De pronto hízome levantar la vista una claridad reflejada por innumerables gotas. Habíase desgarrado la nube de agua y nieve encima de mi cabeza.
Después de visitar varias casas, saliendo de ellas con el corazón desgarrado, hallábase otra vez en el corredor, ya muy intranquila por la tardanza de su amiga, cuando sintió que le tiraban suavemente de la cachemira. Volviose y vio una niña como de cinco o seis años, lindísima, muy limpia, con una hoja de bónibus en el pelo.
No crecía menos amenazante como castigo de la Europa pervertida la barbarie otomana. El imperio Tártaro-Mongol, perseguidor del islamismo, que por mano del formidable Genghiz-Khan habia desgarrado las páginas del libro de Mahoma, y que habia coadyuvado á la grande obra de los cruzados de Occidente, abandonaba los destinos del mundo oriental.
Palabra del Dia
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