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Actualizado: 16 de mayo de 2025
Mostró Currito al cantar inspiración tan amorosa y miró con ojos tan de carnero a medio morir a doña Ramona, que estaba sentada cerca de él, que doña Ramona no acertó a dominarse por más tiempo; sintió que se derretía y hasta que se evaporaba el hielo de sus desdenes; y, desechando sus propósitos de resistencia y echando a rodar hasta cierto punto su señoril o magistral recato, dijo dirigiéndose a Currito: Vamos, hombre, si al fin ha de ser, no quiero molerte más.
Adiós... adiós...; mira, las leyes de la naturaleza son las que te hacen caer, desprenderte de mi seno.... Adiós, hija mía, manecita mía; adiós... adiós.... Hasta la eternidad». Y la figurilla, que por lo visto era de cera, se desvanecía, se derretía en aquella bruma caliginosa, que envolvía a la criaturita y a ella también, a Emma, y la sofocaba, la asfixiaba.... Abrió los párpados con sobresalto, y vio a Bonis que, con la mirada de Agnus Dei, como ella decía, enternecida, clavaba sus ojos claros en el vientre en que iba su esperanza.
Se deshacía, se derretía en amor divino, rompiendo muchas veces en exclamaciones de entusiasmo, en frases incoherentes, como si estuviera loca. Y con esto, su humildad y sumisión tan perfectas, que bastaba una mirada de su confesor para confundirla, para hacerle temblar y pedir perdón por los actos más inocentes.
Así como así, estaba ya harta de «moliendas», «trapiches» y «bagazos»... y hasta del sol ultramarino que la derretía, y deseaba cambiar de aires y de panoramas... y de repostero.
Sus longanizas, morcillas, morcones y embuchados dejaban muy atrás a lo mejor que en este género se condimenta en Extremadura. Y tenía tan hábil mano para todo que hasta cuando derretía las mantecas sacaba los más saladitos y crujientes chicharrones que se han comido nunca.
El duque estaba contentísimo desde que había conjurado el peligro: se derretía en caricias, que la Amparo aceptaba sumisa contra su costumbre. Espera un poquito. Hoy quiero que tomes café conmigo. Ya lo he tomado, hija. No importa, lo vas a tomar otra vez. Hace ya muchos días que no lo tomamos juntos. ¡Claro, con ese dichoso baile te van a saltar los sesos!
La gracia de sus movimientos era tal, que á nuestro joven se le derretía el cerebro siempre que la consideraba saludando á un traseunte ó á la amiga de enfrente. Cuando no estaba puesta al balcón, las voces de un soberbio piano la llevaban, trocada en armonías, á la zahúrda del pobre estudiante.
¡Mira, papá le dijo con entusiasmo volviéndose hacia él , qué acuarelas tan lindas! ¡Con qué facilidad y con qué valentía están hechas! ¡Qué frescura de color!... ¡Ay, don Adrián! añadió mirando al boticario que se derretía de placer con el éxito de aquellas obras de su hijo . ¡Si viera usted lo que cuesta hacer estas cosas! ¡Si supiera usted las fatigas y los años que se pasan para llegar siquiera a la mitad de este camino!
El fuego de aquel lugar de maldición era tan intenso, «que una sola centella reducía á polvo una piedra de molino; si caía sobre un globo de bronce lo derretía al punto, como si fuese de cera, y si en un lago reducido á hielo, lo hacía hervir en un instante.» Los condenados sentían este fuego en el cerebro, los dientes, lengua, garganta, hígado, pulmón, entrañas, vientre, corazón, venas, nervios, huesos, médula de éstos, sangre y hasta en las potencias del alma», y después de la horripilante enumeración, San Ignacio preguntaba al alma del pecador con quién deseaba irse, si con Dios ó con el Demonio. ¡Ah, mísero Luzbel; ridículo pazguato que ofrecía con torpe malicia las cortas felicidades de la tierra á cambio de una eternidad de tan horrible fuego!
Los demás tomaron posiciones en las alturas. Se les vela subir como gatos, escalando los empinados cerros con agilidad increíble. El calor les hacía tan poca impresión como les habla hecho el frío. Tenían cara de pergamino, músculos de acero, corazón de piedra y sesos de algodón, que ni el sol derretía ni el pensamiento inflamaba jamás.
Palabra del Dia
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