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Actualizado: 14 de junio de 2025
Demetria la escuchaba embelesada y de vez en cuando aplicaba un sonoro beso en sus mejillas de rosa. No fué mucho tampoco lo que pudo dormir la zagala aquella noche. Aguardó sin embargo á que su padre la llamase y se vistió como si fuesen á conducirla al suplicio.
Por el largo y estrecho agujero por donde habían descendido apenas penetraba un tenue rayo de luz. Estás en mi poder, Demetria. No te escapes, porque es inútil dijo el minero sordamente recogiendo del suelo su lámpara que se había apagado. Se oía la respiración anhelante de la joven que no respondió una palabra. Me tienes miedo, ¿verdad?... Pues dentro de poco llorarás por mí, pichona.
Demetria abraza á todas sus amigas y sube al que tiene las jamugas. El mayordomo monta en el suyo brioso. ¡Adiós, adiós! Luego se retira demudado como si fuera á caer. ¡Adiós, adiós! Trabajos y días. Llegó el otoño. Las vegas comenzaron á ponerse amarillas; el ganado bajó del monte; los paisanos se aprestaron á cortar el maíz.
Se hablaba de una cola larga, larga, de terciopelo que dos pajes llevaban cuando Demetria salía á la calle, de una ristra de brillantes como avellanas que se ponía á guisa de corales en el cuello, de unos zapatos con tacón de oro y de otras maravillas innarrables que sobresaltaban la fantasía de las zagalas hasta un punto imposible de describir.
¡Sí, ella era! ¡Cuánto tiempo, cuánta astucia, cuánta saliva habían gastado para averiguar aquel secreto sin conseguirlo! Y ahora se les venía á las manos cuando menos lo imaginaban. Habían sido de los primeros en sospechar que Demetria no era hija del tío Goro y la tía Felicia.
Los ojos sangrientos de Plutón brillaron con gozo malicioso. Luego se acercaron un poco más á las jóvenes, Joyana hacia Flora, Plutón hacia Demetria. Y haciéndose una seña se arrojaron de improviso sobre ellas sujetándolas fuertemente y aplicando al mismo tiempo sonoros y lúbricos besos en sus mejillas.
Yo soy tu madre... Las circunstancias han hecho que hasta ahora no haya podido darte el nombre de hija; pero Dios no ha querido que muera privada de ese placer... Acércate, hija mía. Demetria bajó todas las escaleras y se aproximó á la señora. ¿Me das un beso? dijo ésta tomándola de la mano y con voz donde se traslucía la emoción.
Al parecer D.ª Beatriz, su madre verdadera, no lo consentía y hasta procuraba con todas sus fuerzas que Demetria olvidase á la aldea de Canzana y á sus habitantes. Pero no conseguía su propósito.
Porque no hay ninguno que no te haya estimado por la rapaza más guapa, más limpia, más honrada de nuestra parroquia. Tú sola eres la triste, Demetria. ¿Cómo es eso? ¡Bah! lágrimas de un día exclamó la tía Jeroma. Bien se acordará de llorar cuando mañana se vea en Oviedo sentada en un sillón que se hunde, tomando chocolate con bizcochos y con una criada detrás para que le espante las moscas.
Demetria se sentó en uno de los bancos de piedra que allí había, aplicó la boca á la abertura del odre y lo infló; lo amarró luego velozmente y lo dejó caer en la taza de la fuente para que la leche se enfriase. Con las manos cruzadas sobre las rodillas y la cabeza inclinada sobre el pecho aguardó. Una tristeza profunda oprimía su corazón.
Palabra del Dia
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