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Actualizado: 14 de junio de 2025
Pero cuando se hace más íntima, más discreta es en los cortos momentos de respiro, cuando las nobles doncellas se yerguen para hacer descansar sus brazos y sus piernas entumecidas. Entonces se hablan al oído y sonríen mientras el arroyo cristalino besa con placer sus pies desnudos. Mas he aquí que Demetria se va quedando grave sin saber por qué, grave y pensativa.
Supo cómo Demetria había dejado ya el colegio y estaba otra vez con su mamá y con su tía, supo cómo se llamaba la calle en que éstas habitaban y las señas que la casa tenía, y supo también el nombre de todos los hijos de la señora Felisa y el temperamento especial que cada uno de ellos tenía, así como las pruebas brillantes de ingenio que el penúltimo, Joaquinín, había dado en más de una ocasión de su existencia, aunque sólo contaba cuatro años y cinco meses.
La pobre Felicia se echó á llorar sin responderle. Nolo dijo: Demetria ha desaparecido desde esta tarde y nadie sabe dónde se encuentra. ¿Sabes tú algo? No, no... yo no sé nada.. ¿Cómo quieres que sepa? respondió con agitación. El castañar donde fué por hoja no está lejos de aquí: pudieras bien haberla visto...
La voz no quiso salir de su garganta; temía echarse á llorar como un niño. Salió á trabajar, pero en vez de hacerlo dejóse caer bajo un árbol, y así se estuvo toda la mañana inmóvil, con los ojos extáticos. Un deseo punzante le acometió, el de ver por última vez á Demetria y despedirse. Quizá no se hubiese marchado aún.
Demetria guardó silencio también. Después profirió con firmeza: Sí; me atrevo. Pues ya está dicho todo exclamó el mancebo recobrando su carácter resuelto. Mañana bien temprano tomamos el camino de Laviana. Mañana no; esta noche. De día llamaríamos demasiado la atención y nos detendrían. Nolo quedó admirado, aunque ya conocía el valor y la firmeza de su amada en los casos difíciles.
¡Y aún no ha cantado á los héroes de mi infancia! ¡Aún no te ha cantado, magnánimo Nolo! ¡Ni á ti, intrépido Celso! ¡Ni á ti, ingenioso Quino! ¡Aún no ha caído á tus pies, bella Demetria, la flor más espléndida que brotó de los campos de mi tierra! Hora es de hacerlo antes que la parca siegue mi garganta.
Pues á pesar de tan vasta lectura era hombre sencillo, buen labrador, buen padre y buen esposo. Sin embargo, es necesario confesarlo todo, el tío Goro tenía una debilidad; la de que su hija Demetria se presentase en las romerías más lujosa y ataviada que las otras doncellas. Si tal debilidad nació en él espontáneamente ó había sido infundida por su digna esposa, no es fácil decirlo.
Demetria hizo como se le mandaba. Cuando se estaba bañando los ojos con agua fresca llegó á sus oídos el penetrante son de la gaita y el redoble del tambor. Borróse súbita la melancolía de su rostro. Una dulce sonrisa volvió á esparcirse por él, y sin terminar de secarse salió apresuradamente al corredor.
Avanzó hasta el medio de la calle y despojándose de la montera y agitándola en la mano como si fuese á brindar la muerte de un toro profirió dirigiéndose á Demetria: Bendita sea tu sandunga, chiquita, y el cura que te puso la sal y la comadre que te cantó el ro ro y hasta el primero que te dijo ¡por ahí te pudras, serrana! ¡Bendito sea tu salero y esos negros bozales que tienes en la cara que cuando los veo me hace pío pío el alma como si tuviese escondido un ruiseñor aquí dentro!
Lo mismo fue salir la caporala, que correrse la Burlada hacia el otro grupo, como un envoltorio que se echara a rodar por el pasadizo, y sentándose entre la mujer que pedía con dos niñas, llamada Demetria, y el ciego marroquí, dio suelta a la lengua, más cortante y afilada que las diez uñas lagartijeras de sus dedos negros y rapantes. «¿Pero qué, no creéis lo que vos dije?
Palabra del Dia
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