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Actualizado: 14 de junio de 2025
Los de Rivota se van á unir pronto á los de Lorío y vendrán sobre nosotros. Es menester que se encuentren solamente con los árboles para saciar su rabia. Y seguido de sus amigos se lanzó por el monte arriba. Largo rato se oyeron sus gritos de triunfo. El eco de las montañas los repitió hasta los confines del valle. Demetria.
¡Y que lo digas, Joyana! respondió el interpelado dirigiendo sus ojos á Nolo y Demetria que allá lejos proseguían su plática amorosa. ¿No sería lástima que un caramelo tan rico cayese en la boca de este zángano de la cara de pan? volvió á decir Joyana apoyando su proposición con una blasfemia.
Purificada. Demetria tardaba mucho en venir con la hoja. Felicia impaciente despachó al zagalillo que tenían para el ganado en su busca. Volvió diciendo que no la había visto por ninguna parte. Entonces la buena mujer hizo llamar á su marido, que estaba en la huerta, y le envió al castañar, ya con algún cuidado.
Desde entonces comenzó Demetria á mejorar tan rápidamente que á los cuatro ó cinco días estaba ya como si no le hubiera pasado nada. Anudóse de nuevo la felicidad de aquellas horas que habían de terminar pronto en la de su boda. Sólo turbaba su dicha el recuerdo que alguna vez le asaltaba de la escena con el bandido Plutón. Cuando le veía, aunque fuese de lejos, el corazón le daba un vuelco.
La niña de formas graciosas pero indecisas se convirtió durante aquel invierno en una joven de elevada estatura, de gallarda y noble presencia. Nolo quedó sorprendido y confuso al verla. No supo hablarle como antes. Demetria no volvió á parecer por la Braña. En vano el zagal la aguardó una y otra semana con valiosos regalos adquiridos á costa de no pocos trabajos y riesgos.
Mientras tanto Nolo, que sentía vergüenza entre tanta gente, se deslizó sin despedirse, prometiéndose volver en seguida por si algo ocurría. Las amigas de Demetria, aunque se mostraban alegrísimas y no cesaban de pellizcarla y empujarla para dar testimonio de ello, ocultaban no obstante en el fondo de su alma una amarga decepción. Todas habían contado hallarla vestida de señorita.
¿Qué te pasa, Demetria? Parece que vienes descolorida. Nada me pasa respondió la joven con un acento que demostraba bien claro todo lo contrario. Sí; algo te pasa. Dímelo, niña. ¿No te he contado yo siempre mis secretos? La tomó de la mano y la miró con ojos escrutadores. Demetria bajó la cabeza y permaneció silenciosa. Vamos, dí, niña repitió la zagala sacudiéndole la mano. Ya lo sabrás, Telva.
La pena de Demetria no puede describirse. Su llanto, su desesperación hubieran conmovido á aquel monstruo de ingratitud si hubiera podido verlos, le hubiera hecho tal vez aceptar de nuevo un yugo tan dulce. Pero no vió nada. En aquellos momentos triscaba solitario por el monte en espera de la noche tenebrosa y con ella de algún lobo cruel que castigara su perfidia.
Había sido convenido que Nolo, después de casado, viniese á habitar á Canzana con Demetria y sus padres. El tío Goro se hacía ya viejo y necesitaba quien le ayudase á cultivar las tierras: su labranza era mucha: sus hijos tan pequeños, que en largo tiempo aún no debía contar con ellos.
Duró esta creencia ó presunción algunos años. Sin embargo, al cabo, por algunas circunstancias que á su atención se ofrecieron, Regalado vino á sospechar que se hallaba en un error, que Demetria, si bien no era hija del tío Goro, tampoco lo era del capitán. Buscó, investigó, caviló. Todo fué inútil.
Palabra del Dia
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