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Pero cuando la bella dama se hallaba ya sentada en su cabalgadura, tuvo el insolente la audacia increíble de pellizcarla una pierna. Elena, arrebatada de cólera, le dio un puntapié en el rostro con tal ímpetu que el pintor vaciló y estuvo a punto de caer. Se llevó la mano a la cara y se le declaró una violenta hemorragia por la nariz.

Ello es que se le venían con frecuencia suma impulsos de tratar a Amparo como a las chiquillas de su aldea, las tardes de gaita; de pellizcarla, de soltarle un pescozón cariñoso, de echarle la zancadilla, de darle un varazo suave con la recién cortada vara de mimbre. Pero tan osados pensamientos no llegaban a realizarse nunca.

Mientras tanto Nolo, que sentía vergüenza entre tanta gente, se deslizó sin despedirse, prometiéndose volver en seguida por si algo ocurría. Las amigas de Demetria, aunque se mostraban alegrísimas y no cesaban de pellizcarla y empujarla para dar testimonio de ello, ocultaban no obstante en el fondo de su alma una amarga decepción. Todas habían contado hallarla vestida de señorita.

De broma en broma llegaron a venir a las manos, esto es, a retozar alegremente donde quiera que se encontraban, generalmente en los prados. Claro es que Andrés en este juego llevaba la peor parte. Si trataba de sujetar a Rosa por las muñecas, ésta de una sacudida se zafaba, dejándole tambaleando; cuando quería pellizcarla, ella a su vez le tenía tan bien sujeto, que le era imposible moverse. No hallaba modo de causarla la menor molestia. En cambio ella, cuando se lo proponía, jugaba con él como el gato con un ratoncillo, le hacía dar vueltas para marearle, levantábale en peso, sentábale siempre que quería y obligábale a ponerse de rodillas pidiendo perdón; todo esto con gran risa y regocijo de los presentes, que animaban a Andrés y le ayudaban de vez en cuando. Rafael se perecía por ver a D. Andrés jugando con su hermana.

Uno decía que había visto a Marroquín por el agujero de la llave, de rodillas delante de Petra y besándola una mano lo mismo que un caballero andante; otro le había visto pellizcarla un muslo al pasar por su lado; otro le había oído decir, estando los dos asomados a un balcón: «Petra, te amootro, más serio que los demás y más digno de crédito, aseguraba que su criado había visto un domingo a Marroquín en un merendero de las Ventas del Espíritu Santo, mano a mano con la planchadora.