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Estuviera donde estuviera, siempre encontraba alguna puerta, a la que empezaba a llamar, aunque bastase empujarla ligeramente para que se abriese. Si se abría, buscaba otra y empezaba a llamar de nuevo; no podía sufrir las puertas cerradas. Llamaba de día y de noche, sin poder apenas tenerse en pie, de cansancio.

Mientras tanto Nolo, que sentía vergüenza entre tanta gente, se deslizó sin despedirse, prometiéndose volver en seguida por si algo ocurría. Las amigas de Demetria, aunque se mostraban alegrísimas y no cesaban de pellizcarla y empujarla para dar testimonio de ello, ocultaban no obstante en el fondo de su alma una amarga decepción. Todas habían contado hallarla vestida de señorita.

Entreteníame en ver el mar, en una línea de un cuarto de legua, asaltando mi roca, redondear la verde melena de su dilatada onda y empujarla como á la carrera. Azotaba con fuerza, haciendo retemblar el promontorio: tenía el trueno bajo mis plantas. Mas, esa regularidad se desmintió de repente.

¡Grandiosa creacion, en verdad, si sobre ella no tendiese sus alas negras un ángel terrible; el egoismo! Pero sin duda la Providencia quiere valerse de ese egoismo como de una palanca que remueve á la humanidad, para empujarla luego hácia sus fines predestinados. Un sacerdote protestante nos acompañaba. El ómnibus paró, y el sacerdote desapareció con su equipaje.

Con viva satisfacción nuestra, la maciza puerta de la torre no estaba cerrada: sólo tuvimos que empujarla para penetrar en un reducido vestíbulo, obscuro, obstruído por las ruinas y que podía en otro tiempo haber servido de cuerpo de guardia; de allí pasamos á una vasta sala casi circular, cuya chimenea conserva aún sobre su escudo las armas de las cruzadas; una ancha ventana abierta á nuestro frente y atravesada por la cruz simbólica, netamente cortada en la piedra, iluminaba la región interior de aquel recinto, en tanto que la mirada se perdía en la sombra incierta de las altas bóvedas casi hundidas.

Estos eran mis ensueños hallándome en el pequeño malecón de Etretat durante el sombrío verano de 1860, mientras la lluvia caía á torrentes y chirriaba el duro cabrestante, y la cuerda gemía y subía lentamente la nave. La del siglo también se arrastra y sube con pena. Hay lentitud, cansancio, como en 1730. Bueno fuera empujarla y empuñar el barrote.

Aprovechando sus descuidos, arrojaban cosas infectas en la cesta de su comida; romperle la cazuela lo habían hecho varias veces, y no pasaban junto á ella en el taller sin que dejasen de empujarla sobre el humeante perol donde era ahogado el capullo, llamándola hambrona y dedicando otros elogios parecidos á su familia.