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Actualizado: 14 de junio de 2025


Nolo se esquivó riendo y se introdujo entre la muchedumbre á ver si tropezaba con Demetria.

Se detuvo en la esquina, aguardó algunos momentos y al cabo repitió en voz más alta el estribillo: No llores, niña, no llores, no; no llores, niña, que aquí estoy yo. Chirrió un balcón; se asomó una cabeza. ¡Nolo! ¡Demetria! Da la vuelta á la esquina y arrímate á esa ventana de rejas. El joven hizo como se le mandó. Entró en la estrecha callejuela y se acercó á la ventana.

Quedó igualmente pálida y sin poder articular palabra. ¿Quién te ha dicho eso? logró proferir al cabo. Pepín. ¡Ah pícaro!... ¡Le voy á arrancar las orejas! exclamó cambiando súbito su emoción en furor. Y ya se disponía á ir en busca del criminal, pero Demetria la retuvo. No, madre, no salió de él... Fué Tomás el de la tía Colasa quien se lo dijo y por eso se pegaron.

Entonces Demetria, acercando el rostro cuanto podía, se puso á soplar el fuego con todo el aliento de su pecho. ¡Oh, cuán hechicera estaba la zagala inflando sus carrillitos amasados con rosas y leche! Si aquel mirlo tímido de la parra la hubiera visto ahora, sin remedio la hubiera picoteado pese á su vergüenza. Ya está encendido el fuego.

La Demetria expuso tímidamente la opinión de que D. Carlos quería llevar a la Benina a su servicio, pues gozaba ésta fama de gran cocinera, a lo que agregó Eliseo que, en efecto, la tal había sido maestra de cocina; pero no la querían en ninguna parte por vieja.

En vez de seguir el mismo camino y pasar á Entralgo por el puente del campo de la Bolera, Demetria bajó al río, lo atravesó por unas grandes piedras pasaderas que debajo de Cerezangos hay y siguió la margen derecha hasta dar pronto en la iglesia de Entralgo. Empujó con mano trémula la puerta y entró. Se hallaba el templo solitario en aquella hora.

Fué el gran dolor de su vida hasta entonces; el único quizá, pues sus padres la criaban con melindres y regalos inusitados. Pocos días después experimentó otro, sin embargo. Nolo, cortando una rama de castaño, se dió un tajo terrible en la mano y soltó mucha sangre. Demetria al verla empalideció; concluyó por desmayarse.

¿Pero cómo? exclamaba ésta. Verás... voy á darte las señas... Es un caballero, no es un aldeano... guapo... rico... le conoces. Demetria permaneció un instante pensativa. ¿D. Antero? preguntó al cabo inocentemente. Flora soltó una carcajada. ¡Pero, niña, no estás sana de la cabeza! Si don Antero tendrá unos treinta años y yo voy á cumplir diez y ocho... ¿Me había de tener á los doce?

Bajaron hasta la galería de la mina y allí cayeron. Plutón de pie, Demetria de espalda. Aquél quiso ayudarla á levantarse, pero ella se alzó bravamente en seguida y recogiendo precipitadamente la pequeña hoz que brillaba en el suelo porque la había dejado caer en su descenso, se alejó de él blandiendola con su mano crispada. Se hallaban casi en tinieblas.

¡Vamos! ¡vamos! gritó con voz ronca. Y seguido de los dos mozos se lanzó, á la carrera. ¿Qué hay?... ¿qué sucede? gritaron varias voces. Celso, sin dejar de correr, volvió la cabeza y dijo: Demetria se ha caído á la mina por un pozo. Entonces de aquella muchedumbre salió un grito de dolor. Hombres, mujeres y niños, todos se lanzan detrás de los tres hombres, que les llevaban ya bastante delantera.

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