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Y hablaron del niño enfermo y de la faena de la yerba que había terminado en aquella semana y del ganado del tío Pacho que Demetria conocía como el suyo, y del perro que lo guardaba y que la quería y agasajaba como si fuese de la familia: hablaron de cien menudencias, pero ni una palabra de amor.

Sin embargo, las nubes no se mostraron tan propicias. Comienzan á caer algunas gotas enormes de lluvia y poco después un aguacero torrencial. Se refugian debajo de un hórreo y aguardan bastante tiempo. Demetria quería seguir, pero Nolo se opone porque teme, que una mojadura le haga daño. Al cabo salen del cobertizo y emprenden con más gana su carrera. Atraviesan la villa de Sama.

Entonces todos los ojos se vuelven hacia Nolo de la Braña, que allá lejos seguía departiendo con Demetria sin acercarse al teatro de la lucha. Nolo le grita uno, Matías de Langreo nos ha vencido á todos. ¿Quieres probar tu fuerza? Si os ha vencido á todos, ¿por qué no ha de vencerme á ? replica con orgullosa malicia el héroe de la Braña. Todos deploran que no tome parte en el certamen.

Era necesario prevenir á Felicia que aún dormía. El tío Goro subió las escaleras y la llamó diciéndole que se vistiese de prisa, que la necesitaba. Pero Demetria no esperó á que bajase: en cuanto oyó sus pasos en la sala sin poder contenerse subió la escalera gritando: ¡Madre! ¡madre! La buena mujer cayó en sus brazos. ¡Madre! ¡madre! ¡madre! ¡Ya estoy aquí! ¡Madre! ¡madre! ¡madre!

Al ver á aquel animalito tan lindo, tan tierno y vivo al mismo tiempo, Demetria perdió la chabeta, daba saltos y gritos, le alzaba entre sus brazos, le besaba en el hocico, no podía separarse un punto de él ni tenía ojos para otra cosa. De tal suerte que Nolo, al verse tan pospuesto, no sabía si alegrarse ó arrepentirse de habérselo regalado.

Ayer, Telva, teníamos una hija y hoy nos quedamos sin ella. Esta señora viene á buscarla porque es su madre verdadera, aunque nosotros la hayamos criado. Telva miró con sorpresa á D.ª Beatriz. Después dijo: Ya maliciaba yo que algo les pasaba. Encontré á Demetria camino de la fuente y vi que iba llorando. El rostro de la señorita de Moscoso se contrajo al escuchar estas palabras.

Ya que lo veo necesario, Nolo, voy á decirte lo que y que según las trazas nadie ha querido contarte hasta ahora. Esta mañana se presentó en Canzana una gran señora y preguntó por el tío Goro y la tía Felicia. Entró en su casa, habló con ellos y también con Demetria y se fué en seguida. Allí se dice que esta gran señora es la madre de tu rapaza, y que se la lleva para Oviedo ó Gijón.

Demetria, de pie en medio de la cocina, se puso tan colorada que parecía imposible ponerse más. Sin embargo, Nolo se puso aún más que ella. La tía Felicia los miró á entrambos con gozo y fué á sentarse de nuevo en su tajuela.

La gaita y el tambor se perdieron por las retorcidas callejuelas de la aldea. Demetria, disipada ya por entero la nube de tristeza que sombreaba su alma, corrió á vestirse.

Porque ayer se ha acostado usted tarde y quería que descansase respondió Demetria besándole la mano. ¡Has mazado también, hija mía! ¿Para qué te has tomado ese trabajo? Yo lo hubiera hecho mientras te arreglabas. La tía Felicia, que era una mujer gruesa, mofletuda, sonrosada y tersa como si tuviese veinte años, creyó advertir algo extraño en el rostro de su hija.