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Actualizado: 18 de julio de 2025
Me detuve en Madrid quince días, y aunque no me apartaba casi nunca de mi esposa, como era natural, tuve ocasión para dejarla en la fonda una noche charlando con otra huéspeda y me fui a saludar a mis amigos, los poetas dramáticos del Oriental. Recibiéronme con una indiferencia que me heló el corazón.
Tratamos de cerciorarnos con exactitud de cómo se había enfermado, pero ni Reginaldo ni el doctor pudieron sacar nada en claro. Perdí el conocimiento de pronto, y no recuerdo nada más fue todo lo que el moribundo dijo. Pero añadió, volviéndose otra vez a mí, no avisen a Mabel hasta que todo haya terminado. ¡Pobre criatura! Mi única pena al irme de este mundo, es tener que dejarla.
Claro que no le dije una palabra del asunto que a Sevilla me trajo. Venía sólo a dar una vuelta por Andalucía y a conocer unos parientes que tenía en Sanlúcar. Semejaba interesarse en todo lo que me atañía, de un modo tan vivo que me causaba sorpresa y alguna inquietud. En suma, era como el dulce de piña, que al principio gusta mucho, y cansa pronto. Deseaba ya dejarla, pero no era empresa fácil.
Pero con esta desdichada, que no es aventurera, ni perdida, ni soltera de nadie, ni viuda de todos, ni siquiera señora..., ¿qué hago? ¡Maldita sea la hora en que la busqué! No, eso no...; no vengamos ahora con exageraciones: lo malo es tener que dejarla, porque... bonita... ¡como ninguna! Y ¿qué haré? ¡Cuando digo que este problema de quedar bien es en ciertos casos imposible de resolver!
Y todo lo juraba por su conciencia, aunque yo pienso que conciencia en mercader es como virgo en cantonera, que se vende sin haberle. Nadie, casi, tiene conciencia, de todos los de este trato; porque, como oyen decir que muerde por muy poco, han dado en dejarla con el ombligo en naciendo.
Con serle tan conocido a Luz cuanto la rodeaba, todo le parecía nuevo, por más hermoso: hasta el piano le sonaba mejor. ¡Lo mismo que le sucedía en la casita de la azotea después de pasear con él por las veredas blandas y retorcidas de su edén! Ángel, después de dejarla sentada, había desaparecido del salón.
No podía pensar en que iba a dejar de verla para siempre sin sentir un frío particular hacia la región izquierda del pecho... ¡Pobre Rosa, tan sencilla, tan buena! ¡dejarla en poder de aquellos bárbaros! La conversación de su tío le cansaba; la de los paisanos más; Celesto le hacía recalar siempre a la taberna. Luego, ¡Rosa era tan linda! ¡tenía tantísima gracia!
El marqués debía partir dentro de tres o cuatro días, el sábado 6 de mayo, día fijado para la salida del vapor a cuyo bordo tenía ya su pasaje, prometiendo a la vizcondesa en su visita de despedida que desde Nueva York le pondría un telegrama anunciándole su llegada, y como se pusiese de pie para dejarla, la amable señora le presentó sus frescas mejillas cubiertas de rubor, diciéndole simplemente: Bese a su hermana.
Clotilde quedó inmóvil y adormilada, como en reposo absoluto de espíritu y de cuerpo; apenas se notaba su respiración. A Julia se le apagó la lámpara, y cogiéndola sin llamar a nadie, la sacó fuera para que no diese tufo, yendo a dejarla en uno de los cuartos inmediatos. Ya era día claro.
Sois un ángel, bonne amie. Es lo que yo digo: tierra y mujer inglesas, vino y botín franceses. Volveré, sí, no sólo á buscar mi hacienda sino por veros. Algún día terminarán las guerras, ó me cansaré yo de ellas, y vendré á esta tierra bendita para no dejarla más, buscándome por aquí una mujercita tan retrechera como vos.... ¿Qué os parece mi plan? Pero ya hablaremos de esto. ¡Hola, Tristán!
Palabra del Dia
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