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Actualizado: 19 de mayo de 2025
Me detuve en Madrid quince días, y aunque no me apartaba casi nunca de mi esposa, como era natural, tuve ocasión para dejarla en la fonda una noche charlando con otra huéspeda y me fui a saludar a mis amigos, los poetas dramáticos del Oriental. Recibiéronme con una indiferencia que me heló el corazón.
Recibiéronme para tenerme atado detrás de la puerta de día, y suelto de noche; servía con gran cuidado y diligencia; ladraba a los forasteros y gruñía a los que no eran muy conocidos; no dormía de noche, visitando los corrales, subiendo a los terrados, hecho universal centinela de la mía y de las cosas ajenas.
Llevaba toda la pretina llena de papeles como memoriales, y desabotonados seis botones de la ropilla, y asomados unos papeles. Llegué, y ya estaban allá las dichas y los caballeros y todo. Recibiéronme ellas con mucho amor y ellos llamándome de vos, en señal de familiaridad. Había dicho que me llamaba don Filipe Tristán, y en todo el día había otra cosa sino don Filipe acá y don Filipe allá.
Recibiéronme con la mayor alegría del mundo, diciendo que para qué les tenía escondido el ser señor de Valcerrado y Villorete. Diéronme el recado. Con esto, la muchacha se remató, codiciosa de marido tan rico, y trazó de que la fuese a hablar a la una de la noche por un corredor que caía a un tejado donde estaba la ventana de su aposento.
Palabra del Dia
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