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Actualizado: 16 de junio de 2025
Dime con quién andas, hijo, y diréte quién eres; cada oveja con su pareja; sábete, hijo, que de la mano a la boca se pierde la sopa.
Abra usted, tiíta Silda, soy yo. Como pudo, bajó de la cama; en camisa y descalza, con el maldito reuma prendido a la cintura, y tiró del pasado. Quilito entró, arrebujado en la bufanda. Tiíta, vengo a que me dé usted veinte nacionales, pero ahora mismo, inmediatamente. Pero, muchacho, ¿qué pasa? déjame acostar... Dime, ¿para qué quieres veinte nacionales? ¡y a estas horas!
Mas cuando yo Sancho fuera Y él fuera yo, dime Elvira, ¿Cómo el rigor de tu ira Tratarme tan mal pudiera? Tu crueldad, ¿no considera Que esto es amor? ELVIRA. No, señor; Que amor que pierde al honor El respeto, es vil deseo, Y siendo apetito feo, No puede llamarse amor. Amor se funda en querer Lo que quiere quien desea; Que amor que casto no sea, Ni es amor ni puede ser. D. TELL. ¿Cómo no?
Este es el caso, Nieves: éste es el caso de importancia para mí. Niega ahora mis supuestos y llámame injusto, y, sobre todo, dime qué contestación he de dar yo a ese pobre muchacho. Si has de darle la que merece respondió Nieves con gesto despreciativo , no hay que calentar mucho la cabeza para discurrirla. A ver.
Te he querido con toda mi alma, Inesilla, y con veinte almas más, porque una sola no basta para quererte como te quiero... Dime con la mano puesta sobre el corazón si lo mereces tú; dímelo. Pues no lo he de merecer me contestó sonriendo . Merezco eso y mucho más, porque me lo tengo ganado y pagado con interés y anticipación. ¿Pero no ve usted, Sr.
Dime, calzonazos, ¿en dónde están mis alhajas qué daban envidia a las de la Pilarica en Zaragoza? ¿en dónde están mis cuatro mantones de Manila que parecía que los habían bordado ángeles con manos de rosa?... ¡Ah! ¿dónde ha de estar todo aquel tesoro?
Ricardo había pasado un brazo en torno de la cintura de la niña y la tenía sujeta suavemente para defenderla de cualquier peligro. Al cabo de mucho tiempo, Marta volvió su rostro encendido hacia él y le dijo con voz conmovida: Dime, ¿me dejas apoyar la cabeza en tu pecho? ¡Tengo unas ganas de llorar! Ricardo la miró con sorpresa y atrayéndola dulcemente hacia sí la acostó sobre su regazo.
Pepita seguía llorando y sollozando sin contestar. ¡Ea! Déjate de llanto y dime lo que tienes. ¿Qué te ha dicho el vicario? Nada ha dicho que pueda ofenderme contestó al fin Pepita.
Sonrió con dulzura y tomándole la barba entre los dedos, le dijo: ¿Estás contenta con el vestido? Si, mamá. Te hace un cuerpo muy bonito. En cuanto le toquen un poco en el pecho, quedará que ni pintado. La niña calló. Alzando los ojos al cabo de un instante le dijo, esforzándose en dar a su voz una inflexión segura: Dime, mamá, ¿qué opinas de la retirada de Gonzalo?
Te digo que estás pálido, Agapo, no lo niegues, ¿qué le has soplado a Pablo ahora? tú vienes a hacer de lechuza aquí... dime, dime, ¿dónde está Quilito? ¿qué ha sido de Quilito? Le sacudió desesperada, asida a su brazo inerte, y a este violento impulso, una lágrima cayó de las pestañas del filósofo y fué a perderse en el matorral de sus barbas.
Palabra del Dia
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