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Actualizado: 16 de junio de 2025
¿Es cierto lo que dices? ¿No te acusa la conciencia de la menor falta? ¿Cómo he de declararme impecable? Paco, sí; la conciencia me acusa, pero no me atormenta; dame la carta: acabemos. ¡Qué interrogatorio! ¡Qué dilaciones crueles! ¿Has venido a matarme? No, Beatriz. Díme, sin embargo, ¿de qué te acusa la conciencia? Soy vanidosa, lo confieso.
No pienses que trato de atenuar mi culpa; por mucho que la execres no he de quejarme de ello; pero escúchame un momento más y dime luego si no existen circunstancias que atenúan el delito que he cometido, dejando de amar a Magdalena para amar a Antoñita. Hable usted; ya le escucho dijo con viveza Amaury, aproximando su silla para oír mejor a Felipe.
Corre, padre, friega fuerte. Y el silencio parecía indicar una viva fricción. Entonces, Juanito dijo: ¿Pasas un buen rato allí fuera, padre? Sí, hijo mío. ¿Es Navidad mañana, verdad? Sí, hijo mío. ¿Cómo te sientes ahora? Mejor, frota un poco más abajo. ¿Y qué es Navidad? Dime: ¿por qué es tal fiesta? ¡Oh, es un día!...
Ella era incapaz de rebelarse ante su madre: pero osaba ponerse frente á ella, en la apreciación de los méritos de aquel pariente tan querido por doña Cristina. Y como si al pensar en Urquiola recordase algún defecto moral de su novio, preguntó á éste con dulzura: Dime, Fernando. ¿Tú tienes religión? ¿Es verdad que piensas como mi tío?... Dime que no, Fernando; dime que no.
Díme, niña, ¿quién eres, y qué ha movido á tu madre á aderezarte de un modo tan extraño? ¿Eres una niña cristiana? ¿Sabes el catecismo? ¿Ó eres acaso uno de esos petulantes duendes ó trasgos que creíamos haber dejado para siempre en la alegre Inglaterra? Yo soy la hija de mi madre, respondió la visión escarlata, y mi nombre es Perla.
¿Tienes confianza en mí? ¿Crees que yo puedo ofenderte, sea cual fuere lo que te diga? No, alma mía. Habla sin miedo. Mira, Pepe: yo tengo ahorritos de lo que papá me da todos los meses para alfileres: muy poco... ¿lo quieres? No para tí, no; para tu padre. No, vida mía, gracias: no quiero nada. Pues dime que no te ofendes porque te lo haya dicho. Tú no puedes ofenderme, aunque quieras.
Y los hermosos ojos de la reina se llenaron de lágrimas. Por estas cartas hubiera yo dado mi vida añadió . Y dime, Clara, al saber que yo ansiaba tanto tener esas cartas, ¿no has sospechado de mí?
¡Ah, señor! no he tenido tiempo de buscar la llave del postigo. ¿Pero la tendrás mañana? Sí; sí, señor. Y dime, ¿nos podrán sorprender por esta parte? No; no, señor; por aquí no viene nadie; ese postigo no se abre nunca; por lo mismo, es necesario buscar la llave. Cuento con que mañana... ¡Oh! sí; sí, señor. Pues entonces, hasta mañana después de las doce. Hasta mañana.
Yo te reconciliaré con la señorita... yo, si tú no quieres verla más, me encargo de decirle y de probarle que no eres ingrata. Ahora descúbreme tu corazón y dime todo lo que sientes y la causa de tu desesperación. Por grande que sea el abandono en que una criatura viva, por grande que sean su miseria y su soledad, no se arranca la vida sino cuando hay un motivo muy poderoso para aborrecerla.
Lucía está en el cuarto de Ana, vistiendo ella misma a Sol. Ella, se vestirá luego. ¡A Sol, primero! Mírala, Ana, mírala. Yo me muero de celos. ¿Ves? el brazo en encajes. Tomo; ¡te lo beso! ¡Qué bueno es querer! Dime, Ana, aquí está el brazo, y aquí está la pulsera de perlas: ¿cuáles son las perlas? Y ¿de qué iba vestida Sol?
Palabra del Dia
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