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Actualizado: 16 de julio de 2025
Dime lo que quieres que haga en este punto y lo haré... Dime lo que quieres que piense y lo pensaré... Soy todo tuyo, en cuerpo y en alma... Así, así te quiero yo... Pero no has de ser piadoso por amor mío, porque entonces no tiene mérito alguno, sino por amor de Dios. Los lazos que en este mundo se establecen, ¿qué valen en comparación del que existe eternamente entre el Criador y las criaturas?
Y al oírme decir que deseaba yo ir a vagar por los ejidos de Villaverde y por las márgenes del Pedregoso: Pero, dime: ¿estás loco? No: eso será otro día. Ahora, ponte elegante, y sal a visitar a los viejos amigos. Ni un día ha pasado sin que pregunten por tí.
Es un serafín esa mujer... Ahora cuando me pensé que estaba en el Cielo, la vi encima de una nube con un velo blanco... Estaba allí, entremedio de aquellos grandes corros de ángeles. ¿Será que se va a morir? Lo sentiré por mi niña. Pero Dios sabe más que nosotras, ¿verdad?, y lo que él hace, bien sabido se lo tiene... Pero dime, ¿te habló ella? ¿Le soltaste alguna patochada? Harías mal.
La dió un beso más apretado en la frente y se puso a llorar, con sollozos convulsivos que sacudían todo su cuerpo. Entonces, Susana se asustó. ¿Qué tienes, mamá? ¿qué ha pasado? Misia Gregoria no contestaba; su llanto era tan copioso, tan sentido, que no podía hablar. Y Susana, afligida, repetía: Mamá, ¿por qué lloras? dime, ¿por qué?
Cuando hubieron pasado algunos minutos, viendo que el apetito de Gaspar se moderaba, exclamó repentinamente: Dime, Gaspar, sin dejar de comer, ¿cómo es posible que estés aquí? Nosotros creíamos que te hallabas aún a orillas del Rin, cerca de Estrasburgo. ¡Ah, ah, el veterano! Ya comprendo dijo Lefèvre guiñando un ojo . ¡Como hay tantos desertores! ¿No es eso?
Es raro que estando sano y salvo no viniese a casa o mandara un recado. ¿En dónde hay caballería? En San Cristóbal, en donde estaba la batería, en la noria; en los altos de la derecha, en los del Guadiel, hacia el Herrumblar, en muchas partes. Ya andará el Sr. D. Diego por ahí. Dios lo quiera. Voy, corro a buscarle. Dime tú..., ya no harán fuego, ¿eh? ¿Habrá peligro en andar por aquí?
Es mucho cuento este que tengamos aquí taller de modista para su señoría... Y dime una cosa, ¿qué vestidos le has hecho a los niños, que ayer llamaban la atención en la plaza de Oriente?». ¡Llamando la atención! Sí, llamando la atención... por bien vestidos... Menos mal que sea por eso.
Pues dime, Juan Ortiz: ¡no te conmueve El ver aquestos trances peligrosos! ¡O duro corazon! á quien no mueve El temor de los fines sospechosos. No vemos ser prudente el que se atreve A perder lo ganado en los dudosos Y peligrosos casos: lo mas cierto Es ir siempre á buscar seguro puerto.
Veo que no es flojo tu trabajo. ¡Lo feo y lo bonito! Ahí es nada... ¿Te ocupas de eso?... Dime, ¿sabes leer? No, señor. Si yo no sirvo para nada. Decía esto en el tono más convincente, y el gesto de que acompañaba su firme protesta parecía añadir: «Es usted un majadero en suponer que yo sirvo para algo.» ¿No verías con gusto que tu amito recibía de Dios el don de la vista?
Penetró éste en el despacho de Su Excelencia, dando dos pasos adelante y uno atrás, que era como andaba en las circunstancias graves, y poniéndose de rodillas exclamó: ¡Viva María Santísima y viva su merced, que es el amo de toitico el mundo! Levántate; déjate de zalamerías, y dime qué se te ofrece... respondió el Conde con aparente sequedad. ¿Qué mil reales? Pues ¡qué! ¿tú lo conocías?
Palabra del Dia
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