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Actualizado: 25 de mayo de 2025
Esta maldita jaqueca... pero ya pasó, y ahora lo menos en quince días no me volverá a dar... ¡Vamos!, ya estás otra vez queriendo marcharte a la cocina. ¿No está ahí esa señora Patria?». Ha ido a la compra. La que está es tu tía, por cierto dando tantismas órdenes, que no sabe una a cuál atender primero. Pues déjala. Tú, a todo di que sí, y luego haces lo que quieras, pichona.
3 Entonces María tomó una libra de ungüento de nardo líquido, de mucho precio, y ungió los pies de Jesús, y limpió sus pies con sus cabellos; y la casa se llenó del olor del ungüento. 5 ¿Por qué no se ha vendido este ungüento por trescientos denarios, y se dio a los pobres? 7 Entonces Jesús dijo: Déjala; para el día de mi sepultura ha guardado esto;
Eso de la gana te lo guardas para ti exclamó doña Anuncia, puesta en pie otra vez, y dejando caer el Werther al suelo. Eres muy orgullosa añadió. Déjala; el que no se consuela.... Tienes razón; están verdes. Pero lo que importa es que tú no olvides lo que te digo. Es necesario que dejes antes de entrar en casa de la marquesa ese aire displicente y ese tonillo seco, porque es una impertinencia.
Jorge, mi marido, concluyó por acallar mis escrúpulos. «Tu hermana lo quiere; ¡déjala! Hazla el gusto. ¡Qué te vas a meter tú a reformar las costumbres!» Mi marido dice que el mundo está dirigido por la insensatez y que es inútil oponerse a este hecho evidente.
¡Vaya, niño! ¡á callar!... Too eso es guasa viva. Déjala para las pobrecitas que no te conozcan como yo. Y el majo con esto se mordía los labios y ocultaba con una sonrisa forzada el despecho que le roía. No pasó inadvertido este galanteo para Soledad. Aunque su inteligencia no era penetrante de ordinario, la tenía muy fina para adivinar cuanto ocurría en el alma de su amante.
D. TELL. ¿Es piedad Quitarme la vida a mí? Llaman. FELIC. Calla, que estás enojado. Elvira no te ha tratado, Tiene vergüenza de ti. Déjala estar unos días Contigo en conversación, Y conmigo, que es razón. ELVIRA. Puedan las lágrimas mías Moveros, noble señora, A interceder por mi honor. Llaman.
El silencio se hacía embarazoso. Misia Casilda dijo, mirando a Susana: ¿Esta es la mayor, Gregoria? Sí contestó la de Esteven, la mayor. Y a Angelita, ¿no la conoce usted, tía Silda? intervino la niña, viendo que el silencio volvía. La conozco, sí, de vista. La llamaré... Déjala; no quiero molestarla. Voy a llamarla. Y escapó. Las dos hermanas, solas ya, mirábanse de reojo.
Nélida mostrábase inquieta y displiciente, como si para ella fuese un tormento permanecer al lado de su madre. Por detrás de la cabeza de ésta hacía señas a Fernando; le hablaba con el movimiento silencioso de sus labios. «Vámonos: déjala.» Pero él no podía obedecer, retenido por las palabras amables y las miradas de la señora, que se enfrascaba en un elogio de las cualidades de su hija.
El marino levantó su bastón, pero antes de que pudiera lanzarlo se sintió con el brazo inmovilizado por dos manos nerviosas. Freya se apretaba contra él, con el rostro pálido y los ojos dilatados por el miedo y la súplica. ¡No, capitán!... ¡Déjala!
Eso sí; más agua gasta ella en un día que toda la familia en tres meses. Quia, quia. Déjala que se lave. Pues también trabaja. Esta noche ha tomado con tanta atención y empeño la lección de costura, que dentro de poco coserá en máquina mejor que yo. Eres bobo, Relimpio.
Palabra del Dia
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