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Actualizado: 5 de noviembre de 2025


Nada de carruajes que al pasar rodando estremecen con leve vibración nuestros cristales y nuestro lecho; nada de voces ásperas y opacas que pregonan no se sabe qué; nada de mazurcas, cien veces concluídas y cien veces comenzadas por los dedos aprendices de alguna vecina.

Burra... no estalla mientras no se le enciende la mecha. Este es para esta noche. Anoche puse uno en la puerta de la casa del duque, y cuando reventó cayeron todos los cristales de dos casas. ¿Y te ocupas en eso? ¡Bárbaro!... No lo digo porque me importe nada que el palacio del duque salte en cuatrocientos mil pedazos.

Quedó pensativa unos momentos; dio algunas vueltas por la estancia, completamente abstraída; se acercó al balcón y miró por los cristales. Al fin dijo, volviéndose a medias y con gran sequedad: Bueno, iré mañana a la hora de misa. Me ha preguntado con grandísimo interés por la niña. Dile que sigue lo mismo.

Llamó con los dedos en los cristales. Diga usted, Juan, ¿esta tarde ha venido algún caballero a verme? El portero vaciló un momento sin acordarse, pero su mujer respondió en voz alta: , hombre, ¿no te acuerdas de un señorito joven que preguntó por los señores de Aldama? ¡Ah! , un señorito alto, grueso, de pelo rubio. Le dije que no estaba el señorito. Me contestó que era igual y subió...

Quedó muy contrariada de encontrarse prisionera en aquella pieza de la que no se podía salir sin pasar por el escritorio del señor Aubry. Estaba en traje de casa, y le era desagradable mostrarse así a nadie. Sin embargo, tuvo la curiosidad de ver quién estaba allí. Se acercó con precaución a la mampara de cristales que separaba las dos piezas, y levantando suavemente la cortina de seda miró.

Ni la plática afectuosa y elocuente del penitenciario, ni las bromas incesantes de Manuel Antonio mientras tomaban el desayuno, ni las caricias de Jovita, ni la alegría afectada, ruidosa, de su padre lograban sacarla de su extraña distracción. Clareaba el día, un día triste, nublado, que se filtraba melancólicamente por los cristales.

Oír el agua que azota los cristales allá fuera, y estar compadeciéndose de un pobre niño perdido en los hielos... ¡qué delicia para un alma tierna, a su modo, como la de la señora Marquesa!

A la izquierda de la misma puerta: Precio corriente de las libreas; y mencionan diez y ocho objetos de traje, por valor de 739 francos. A la derecha, sobre cristales: Entrada de los obreros. Más á la derecha, sobre una muestra: Entrada de los obreros.

Dos minutos después los cristales volaban en pedazos; los muebles, los jergones y la ropa blanca salía por todas las ventanas a la vez. Catalina contemplaba aquel estrago con aire tranquilo, y su nariz aguileña parecía más inclinada hacia la boca.

Se miraba en los cristales, y se detenía larguísimos ratos delante de las tiendas, como si escogiera. No paraba mientes en el susurro de los grupos, que decían: «El Rey se aburre, el Rey se va». A la entrada de la calle de la Montera la animación era, como siempre, excesiva. Es la desembocadura de un río de gente que se atraganta contenido por una marea humana que sube.

Palabra del Dia

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