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Actualizado: 5 de noviembre de 2025


Se apartó un poco hacia atrás y vio llorar a todos los cristales a la vez. Por algún tiempo se entretuvo en seguir con la vista el camino más o menos rápido y tortuoso que las gotas de agua seguían al bajar por la superficie tersa del vidrio.

¡Hermoso país! exclamó D. Facundo, que después de los niños, y acaso antes, era el que con más afán ponía los ojos en los cristales. Hombre, qué ganas tengo yo de hacer un viaje por Italia. Pues a ello. ¡Si no se gastase tanto! Pero, hombre de Dios, ¿para quién quiere usted ese gatazo que tiene en casa? ¿No es mejor que se divierta por cuenta de los herederos? dijo doña Martina.

Al día siguiente me presenté en lo de don Eleazar, de mañana. El patio estaba lleno de gente que cuchicheaba y accionaba con animación: las puertas del escritorio cerradas. Me acerqué y golpeé los cristales: al abrirme don Anselmo, que me reconoció, dos o tres de las personas del patio se arrojaron sobre la puerta del escritorio con la pretensión de entrar.

Amparo se arrimó a una de las ventanas bajas, y tocó en los cristales con el puño cerrado. Abriéronse las vidrieras, y se vio la cara de una muchacha pelinegra y descolorida, que tenía en la mano una almohadilla de labrar donde había clavados infinidad de menudos alfileres. ¡Hola! ¿Hola, Carmela, andas con la labor a vueltas? pues es día de misa.

Penetraba la luz por los sucios y empolvados cristales, escasa y como avergonzada, mas era suficiente para iluminar aquel cuadro desolador de impío abandono... Era el oratorio una preciosa capilla de alta bóveda pintada al fresco, construida con grande gusto y riqueza a fines del siglo XVII. Hallóse en tiempos tapizada de arriba abajo con ricos paños de damasco encarnado, que caían entonces en sucios guiñapos a lo largo de las paredes, llenas de manchas y desconchones, como el rostro de un virolento; a trechos, veíanse encerrados en ricos marcos, ya podridos, amarillentos pergaminos en que constaban las innumerables gracias y privilegios concedidos por los sumos pontífices a los fundadores de la capilla.

Más abajo: Especialidad en trajes de niños. Sobre la puerta: Al palacio de cristal. Más abajo: Precio fijo. Más hácia la derecha: Trajes hechos y á la medida. En otra puerta: Al palacio de cristal. En los cristales: Precio fijo. Más hacia la derecha: Trajes hechos y á la medida. Por otra calle: Precio fijo. Más abajo: Al palacio de cristal. Más abajo: Vestidos para hombres, niños y libreas.

En cuanto «el diablo de Juan», como le llaman, se presenta en alguna parte, se llena la taberna, saltan los tapones y chocan los vasos; y, cuando la fiesta está en todo su apogeo, a través de los cristales hechos añicos salen las botellas a la calle. Pero «el diablo de Juan» paga todo lo que rompe.

, , porque los hombres son todos muy ingratos y cuanto más se les quiere es peor... ¿Piensa V. que yo no lo ?... Me ha tenido V. al balcón todas estas tardes esperándole; ¡pero que si quieres!... Por la noche detrás de los cristales, le veía pasar, muy serio, muy serio, sin mirar siquiera hacia mi casa... Yo decía, ¿estará enfadado conmigo? ¿Por qué se habrá enfado? ¿Será porque he cerrado el balcón a las tres menos cuarto?

Deslizábanse rápidas todas ellas, entre saludos y sonrisas, para sumirse, más allá de las mamparas de cristales, en un mar de luz en el que nadaban los colores de inquietas banderas.

Un hombre llevando dos niños de la mano transpuso la mampara de cristales del comedor, sin prestar atención a las preguntas de los criados. Sonreía seráficamente al ver al torero, y avanzaba tirando de los pequeños, fijos los ojos en él, sin percatarse de dónde ponía los pies. Gallardo le reconoció. ¿Cómo está usté, compare?

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