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Si vieras qué coscorrones me da... He tenido que hacer llaves nuevas para poder salir de noche. Pues ¿y mis hermanitas y mi novia? Hace lo menos dos meses que no saben de qué color es la calle. Ni siquiera salen a misa; en paseos no hay que pensar. Han sido clavados por dentro los cristales de los balcones, y no se les permite que tengan a la mano papel, tinta ni plumas.

Calmas la sed del césped que, al besarte, bebe tus cristales gota a gota. Y aunque el duro pedernal intente devorarte en su seno Te alejas juguetona, y corres a llevar tus virginales perlas A los más profundos huecos de las montañas.

En medio de esas ruinas, es fácil observar lo que fué aún recientemente el mismo interior de la roca. Se ven los cristales en todo su brillo: el cuarzo blanco, el feldespato de color de rosa pálido, la mica que finge lentejuelas de plata.

Que no voy a la estancia, digo gritó Angela, con todos los síntomas de sus prontos más temidos, que no voy, no y no, ¿han oído? Dió la nota más alta de su voz de tiple, con tal fuerza, que los cristales temblaron, y hubo que llevar la mano a las orejas; pateando, llorando, aporreando los muebles con el puño iracundo, salió del saloncito, como una exhalación. Del golpe, la puerta casi se desencaja.

La parte de atrás de la casa de los hidalgos daba a una hondonada; tenía una gran galería de cristales y estaba hecha de ladrillo con entramado negro; enfrente se erguía un monte de dos mil pies, según el mapa de la provincia, con algunos caseríos en la parte baja, y en la alta, desnudo de vegetación, y sólo cubierto a trechos por encinas y carrascas.

Acercose a la ventana, mirando a la calle por entre los cristales, y allí estuvo un largo rato con la atención vagabunda y el pensamiento adormilado, cuando un rumor en el pasillo la sacó de su abstracción. Al volverse, se quedó atónita, viendo a Jacinta que, detenida en la puerta, alargaba la cabeza para ver quién estaba allí.

Maxi continuaba tranquilo. Más bien parecía un convaleciente que un enfermo. Estaba muy débil y no apetecía más que sentarse junto a los cristales del balcón del gabinete, contemplando con incierta mirada a los transeúntes.

Lo garantizo, como dicen ahora los que se las dan de puristas, y lo garantizo porque han de saber ustedes que ustedes también tienen la colección de cristales que yo tengo. ¿Nosotros? ¡, señor... ustedes! y agregó ahuecando la voz: Para el daltonismo moral, la imaginación tiene colores complementarios. Quizá no dices un disparate dijo Lorenzo.

Murmuraba el río batiendo los cristales de sus aguas contra los pedruscos que interceptaban el camino; reían las fuentes discretamente bajo su emparrado de avellanos; saltaban los chotos en la pradera de esmeralda; las altas montañas se desembarazaban majestuosamente de su cendal y exponían la blanca cabeza al sol para que la derritiese.

¡Usted! gritó con una nota de pecho que hizo vibrar los cristales. ¡Usted, con quien me casé para que mi querida niña no muriese de hambre! ¡Usted, perro al que llamé a mi lado para alejar de a los hombres! ¡Usted!... No pudo continuar.