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Actualizado: 29 de mayo de 2025


Sin embargo, esto no sería otra cosa que una inducción más o menos legítima. Al cabo calló. Sintió un fuerte calor en la garganta, que le invadió instantáneamente el rostro y la cabeza. La lengua no quiso trabajar. Experimentaba una impresión de engrandecimiento físico de todo su ser. Sobre todo, la cabeza crecía, creía de un modo tan desmesurado, que apenas podía con ella.

Y así crecía de hora en hora el peligro de que ese cuaderno en que Olga había escrito su confesión, cayese en manos de su tía. ¡Que se le antojara escudriñar entre los volúmenes que guarnecían el estante, y sucedía la desgracia!

Un aullido espeluznante, al mismo tiempo que estallaba algo como una olla rota, y el joven caía de espaldas en el suelo. Juanón y Fermín, estremecidos de horror, corrieron hacia el grupo, viendo en el centro de él al muchacho, con la cabeza en un charco negro que crecía y crecía, y las piernas estirándose y contrayéndose con el estertor agónico.

Veía á los niños del pueblo ora sobre la hierba que crecía en las aceras de las calles, ya en los umbrales de las puertas de sus casas, jugando de la manera que les permitía su educación puritana, esto es: jugando á ir á la iglesia; ó á arrancar cabelleras en simulacro de combates con los indios; ó bien asustándose mutuamente con algo en que trataban de imitar actos de hechicería ó brujería.

Las muchachas reían sin motivo, se pellizcaban, tropezaban unas con otras, se amontonaban, y al pasar los grupos de obreros crecía la algazara; había golpes en la espalda, carcajadas de malicia, gritos de mentida indignación, de falso pudor, no por hipocresía, sino como si se tratara de un paso de comedia.

El horror de la tempestad que continuaba y crecía, las frases tremendas con que el padre fustigaba los vicios y con que describía las penas eternas que Dios justiciero les impone y tal vez asimismo el devoto cuadro de Lucas Jordán, que en aquella iglesia se parecía, representando a la Magdalena a los pies de Cristo, todo compungió por tal arte a la bella pecadora, penetrando en sus entrañas como agudas saetas de fuego, que se llenó de atrición y aun de contrición, sintió que el Altísimo la llamaba a y como por milagro quedó convertida.

La onda crecía, la sintió pasar por la garganta y subir, subir siempre. Dejó de ver la luz. Puso ambas manos sobre el borde de la mesa, e inclinando la cabeza, apoyó la frente en ellas exhalando un sordo gemido. Dejose estar así, inmóvil, mudo. Y en aquella actitud de recogimiento y tristeza, expiró aquel infeliz hombre.

Otro remolcador del mismo aspecto se colocó junto a la proa, marchando aparejado con el Goethe, como un perrillo trotador al lado de un elefante. Los pasajeros olvidaron la ciudad para atender a sus equipajes de mano. Los stewards iban sacándolos de los camarotes y los alineaban en cubiertas y pasillos. Crecía Buenos Aires con rapidez prodigiosa.

Sin embargo, hacía lo posible por que siguiese adelante y cuajase; no cabía duda. Al ver paralizado su deseo por causas que no podía definir claramente, crecía y se transformaba poco a poco en áspero apetito.

Soy pobre, señora refunfuñó Izquierdo con la sequedad de siempre . No me quieren colocar... por decente... Iba a seguir espetando el relato de sus cuitas políticas; pero Jacinta no le hizo caso. Juanín, cuya audacia crecía por momentos, atrevíase ya nada menos que a posarle la mano en la cara, con muchísimo respeto, eso .

Palabra del Dia

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