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Actualizado: 14 de julio de 2025


Y don Juan, enternecido por los recuerdos, gimoteaba inclinado sobre aquella cabeza lívida, en cuya frente caían las lágrimas del viejo, mezclándose con el agónico sudor. De pronto debió arrepentirse don Juan de su debilidad; recordó sin duda algún detalle irritante de la vida de su hermana aferrado tenazmente a su memoria, y recobró el gesto de rudeza, mirando fijamente a doña Manuela.

Un aullido espeluznante, al mismo tiempo que estallaba algo como una olla rota, y el joven caía de espaldas en el suelo. Juanón y Fermín, estremecidos de horror, corrieron hacia el grupo, viendo en el centro de él al muchacho, con la cabeza en un charco negro que crecía y crecía, y las piernas estirándose y contrayéndose con el estertor agónico.

Las luces continuaban fúnebremente encendidas en el dormitorio y la sala. En el silencio agónico de la casa, no se oía más que el delirio monótono que salía de la cama, y el rumor ahogado de los eternos pasos de Jordán. Murió, por fin. La sirvienta, que entró después a deshacer la cama, sola ya, miró un rato extrañada el almohadón. Señor llamó a Jordán en voz baja.

Creyó con esto limpiar el alma de la mácula horrible de sus amores de renegado, mostrando, por fin, al Señor, que ya no quedaban en su corazón ni vestigios del pasado apegamiento. Al siguiente día, Ramiro cayó en un estado casi agónico. Sólo doña Guiomar, acompañada de Casilda y de una antigua doncella, le asistieron. Había perdido mucha sangre.

que era Karl, con las facciones desencajadas y un agujero negro en la sien... Se irguió con un estiramiento agónico; luego se derrumbó de espaldas, abriendo los brazos. Esta visión fué instantánea. El capitán sólo podía pensar en él, y se levantó de un salto. Después corrió y corrió, encorvándose para ofrecer á sus enemigos el menor blanco posible.

Era un excelente tirador, y sin embargo, hizo un disparo y después otro, sin que la cabalgadura del gaucho cesase en su galope. Iba ya á disparar su última cápsula, cuando el «flete» de Manos Duras titubeó, marchando con más lentitud, hasta que por fin dió una voltereta mortal, levantando una nube de arena con su agónico pataleo.

En la chacra vecina a la nuestra, y esa misma madrugada, otro perro había tratado inútilmente de saltar el corral de las vacas. Un inmenso perro flaco había corrido a un muchacho a caballo, por la picada del puerto viejo. Todavía de tarde se sentía dentro del monte el aullido agónico del perro.

Había desaparecido el vapor en unos cuantos minutos, hundiendo su proa en las aguas y luego las chimeneas, colocándose en una posición casi vertical, como la torre inclinada de Pisa, con las dos hélices volteando locas en su remate á impulsos de un estremecimiento agónico. El narrador empezó á quedar solo. Otros náufragos que iniciaban á su vez el lúgubre relato atrajeron á los curiosos.

Introdujeron el primer proyectil en la recámara, mientras el apuntador se esforzaba por distinguir aquel pequeño bastón negro perdido en las ondulaciones del agua. El buque volvió á sufrir otro choque tan rudo como el anterior. Todo él gimió con un estremecimiento agónico. Las planchas temblaban, perdiendo la cohesión que hacía de ellas una sola pieza.

Aquellos salvadores sólo le buscaban á él, abandonando á los demás. Perdió la noción del tiempo. Un frío agónico fué paralizando su organismo. Las manos ateridas y ganchudas se soltaban del madero, volviendo á agarrarse á él con esfuerzos supremos de voluntad. Los otros náufragos habían tenido la precaución de ponerse sus chalecos flotantes al iniciarse el hundimiento.

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