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Actualizado: 11 de julio de 2025
Un enjambre de peces de fuego coleaba ante la proa, formando un triángulo con el vértice en el horizonte. La espuma de los promontorios era sonrosada, como si su blancura reflejase una erupción submarina. ¡Bòn día! gritaba el médico á Ulises, ocupado en calentar sus manos, ateridas por el viento.
En uno de los grupos que apresuradamente disponían el desayuno figuraban Reno, Simón y Yonson, más atentos á preparar sus flechas y afilar sus espadas que á vigilar el guiso, del cual cuidaba solícito el voraz Tristán. Roger y Norbury, el silencioso escudero de Sir Oliver, procuraban calentar al fuego de la hoguera sus manos ateridas.
Aquellos salvadores sólo le buscaban á él, abandonando á los demás. Perdió la noción del tiempo. Un frío agónico fué paralizando su organismo. Las manos ateridas y ganchudas se soltaban del madero, volviendo á agarrarse á él con esfuerzos supremos de voluntad. Los otros náufragos habían tenido la precaución de ponerse sus chalecos flotantes al iniciarse el hundimiento.
Las tropas, sin abrigo, caladas hasta los huesos durante la noche por la lluvia torrencial, sentíanse ateridas. Un viento furioso obligaba a los hombres a mantenerse tendidos en el suelo. Al amanecer, los turcos, aprovechando esta situación, cayeron por sorpresa sobre el ejército, que casi se desbandó.
Palabra del Dia
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