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Actualizado: 29 de junio de 2025
Clementina había fascinado sus sentidos, había penetrado en su carne: por más esfuerzos que hacía no podía arrancarla de sí. A todas horas soñaba con ella, la veía ante sus ojos cada vez más incitante y apetecible. Cuanto más tiempo pasaba más crecía el fuego que le consumía y más esfuerzo y dolor le costaba adoptar un continente altivo e indiferente al encontrarse con ella en cualquier sarao.
Una de ellas era joven y notablemente bella; mi reciente experiencia me había formado el gusto respecto de aquellas definiciones delicadas y ya no me equivocaba. Me fijé en la manera de hollar con paso leve y corto el césped que crecía al pie de los árboles, como si caminara sobre la flexible pelusa de una alfombra.
El estertor crecía, sonaba más estridente y más lúgubre por momentos. Los sollozos de Clementina y Marcela cortaban por intervalos las notas de aquel ronquido fatal. El duque, trémulo, alterado, se dejó al fin arrastrar de la habitación. D.ª Carmen no volvió a hablar. Tenía los ojos cerrados, la boca entreabierta, el cuerpo tranquilo.
Primero era una estrella, después una luna, después un sol enorme que se iba extendiendo y adquiría al mismo tiempo un vivo color rojo. Aquel sol crecía, crecía constantemente. Su disco inmenso de color de sangre tapaba la mitad de la bóveda; después, cubrió las dos terceras partes; por último la llenó toda. Don Roque quedó un instante deslumbrado. De repente no vió nada.
Pero al mismo tiempo crecía en ella el temor de que su frágil y débil cuerpo no pudiera soportar la grave prueba que la esperaba. Yo compartía su esperanza y sus temores; quizá estaba aún más inquieta que ella, pues la soledad y la distancia abultaban y desfiguraban las escenas que creaba mi imaginación.
Crecia la melancolía de Candido, y Martin no se hartaba de probarle que eran muy raras la virtud y la felicidad sobre la tierra, excepto acaso en el Dorado, donde ninguno podia entrar. Sobre esta importante materia disputaban, miéntras venia Cunegunda, quando reparó Candido en un frayle Francisco mozo, que se paseaba por la plaza de San Marcos, llevando del brazo á una moza.
Figúrense ustedes el fuego de estos seis colosos, vomitando balas y metralla sobre un buque de 74 cañones. Parecía que nuestro navío se agrandaba, creciendo en tamaño, conforme crecía el arrojo de sus defensores.
18 Y muchos de los que habían creído, venían, confesando y dando cuenta de sus hechos. 19 Asimismo muchos de los que habían practicado vanas artes, trajeron los libros, y los quemaron delante de todos; y echada la cuenta del precio de ellos, hallaron ser cincuenta mil denarios. 20 Así crecía poderosamente la palabra del Señor, y prevalecía.
Los Españoles viejos muy ancianos, Con su cabello blanco y barbas canas, A la importuna muerte ya cercanos, Cansados de sufrir cosas tiranas, Echaban á monton juicios vanos, Y fingiendo esperanzas muy cercanas, Formaban el remedio deseado, Y así crecia la pena y el cuidado. Los clérigos y frailes muy á prisa Avisos para España despachaban.
Y si el rey en persona le arrugaba las cejas, como para cortarle el discurso, crecía unas cuantas pulgadas a la vista del rey, se le ponía ronca y fuerte la voz, le temblaba en el puño el sombrero, y al rey le decía, cara a cara, que el que manda a los hombres ha de cuidar de ellos, y si no los sabe cuidar, no los puede mandar, y que lo había de oír en paz, porque él no venía con manchas de oro en el vestido blanco, ni traía más defensa que la cruz.
Palabra del Dia
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