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Actualizado: 18 de octubre de 2025
Verdad es que el señor don Nemesio Angulo, eclesiástico en extremo cortesano y afable, antiguo amigo y tertuliano de don Manuel y autor de la dicha de los cónyuges, a quienes acababa de bendecir, intentó soltar dos o tres cosillas festivas, en tono decentemente jovial, para animar un poco la asamblea; pero sus esfuerzos se estrellaron contra la seriedad de los concurrentes.
Debo confesarle también algo que me humilla, porque quiero que usted lea en mi alma como en un libro abierto. Yo me decidí á hablar á usted de amor, no porque me inspirara desde el punto en que la vi una pasión loca, sino por motivos de vanidad; porque me lisonjeaba ser amado de una dama hermosa y celebrada en el mundo cortesano.
En medio de todo, fue grande su consolación cuando logró saber que el pícaro y cortesano marino, rastrero adulador de príncipes, había hecho presente a Salomón de la preciosa Echeloría.
En aquel momento, el joven cortesano lo encontraba todo bello. Sus labios iban constantemente plegados con una sonrisa feliz. La iglesia era más gallarda que la de Riofrío, muy bien enjalbegadita. Estaba asentada sobre un descanso que hacía la falda de la montaña: detrás tenía por escolta un vasto y hermoso castañar en declive.
Todos los ensueños de doña Mencía se habían realizado. Estaba él cubierto de gloria, era llamado el Gran Capitán. Su nombre se pronunciaba y se oía con respeto en todas las regiones de Europa. De él había dicho el más discreto y perfecto caballero cortesano que en aquella edad tuvo Italia, que, «en paz y en guerra fue tan señalado, que si la fama no es muy ingrata, siempre en el mundo publicará sus loores y mostrará claramente que en nuestros días pocos reyes o señores grandes hemos visto que en grandeza de ánimo, en saber y en toda virtud no hayan quedado bajos en comparación de él».
Luchando entonces el infeliz Marcilla entre el pundonor de caballero, la delicadeza de cortesano, y el fuego devorador de su pasión y de los celos, reconvino por última vez a Isabel diciéndola: «¿No consideras que sino fuera yo tan cortesano, tomara lo que te pido a la fuerza, matando a tu esposo y mi enemigo?
Algo disgustaba al elegante ir convertido en cicerone de un ente tan grotesco; pero la intimidad con que le trataba el personaje cortesano le hizo ver en el de la aldea un mandarín inculto, una potencia electoral, un reyezuelo de provincia. Su momentáneo desagrado se trocó bien pronto en solicitud deferente y hasta respetuosa.
Ella le correspondía con sentimientos de admiración, de una pureza intachable, porque Pez se agigantaba más cada día a sus ojos, como tipo del personaje oficial, del alto empleado, fastuoso y cortesano. En la mente de la Pipaón, ningún ideal de hombre podía ser completo sin estar bañado en la dorada atmósfera de una nómina.
Era el devoto afecto que se filtra y se cuela a menudo en el virtuoso corazón de los ancianos: amor sin deseo y sin vicio; lo que hasta llamándose platonismo escandalizaría al mismo que lo siente; Lo que es tan sutil, tan etéreo y tan limpio como aquel semidivino sentir que describe y pinta con rasgos luminosos el conde Baltasar Castiglione en las últimas áureas páginas de su Cortesano.
Por no tener vicio alguno, no fuma, y también porque el fumar le parece plebeyo, apestoso, impropio de un Castell-Bourdac y en plena disonancia con el ideal del atildado y noble cortesano del antiguo régimen tal como él se le representa. El Barón no debe nada a nadie y nadie puede jactarse de que él le haya pedido dinero prestado. Cada día come en una casa distinta.
Palabra del Dia
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