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Actualizado: 17 de julio de 2025


Llegaron allá después de ocho días, habiendo gastado los tres en abrir camino por un espeso bosque, sin hallar con qué apagar la sed sino exprimiendo ciertas raíces que llaman Bocurús. Poco más adelante descubrieron una laguna muy grande cercada de una corona de montes que hacia el Oriente abrían boca, por donde la laguna descargaba sus aguas, y por el Poniente la ceñía un bosque espesísimo.

Esta provincia hace frontera con los dominios de Portugal por toda la banda del este, y en tiempo de desavenencias con aquella corona no tiene el gobernador en aquella provincia sino indios con que defenderse de las invasiones, y es preciso que de Buenos Aires le manden los auxilios de gente española; y teniendo bajo su mando a los Correntinos, tenía en ellos un pronto y eficaz socorro para cualquier urgencia.

Nada más natural. El catecúmeno que se trataba de atraer a la buena senda era no sólo un hombre de raras seducciones personales, sino, lo que es más, el presunto heredero de una gran fortuna, que, por si algo faltaba, disponía también de una corona de marquesa, y no hay que decir, considerados estos graves antecedentes, si sería formidable el despliegue de trajes, gracia, candor, aturdimiento o afectada indiferencia a que se entregaron aquellas adorables señoritas.

Habían visto poderosos monarcas abdicar la púrpura ante sus altares y guardaban en sus relicarios el cetro de Amadeo y la doble corona de Carlos V. Habían dado jefes al mundo cristiano; Padres y oradores a la Iglesia; intérpretes y mártires a la verdad. Los fundadores eran elegidos que Dios había inspirado; sus reformadores, hombres valerosos y entusiastas que el infortunio había instruido.

¡Pero, Santa Virgen! exclamó Santiago que había estado a punto de interrumpir veinte veces al artillero Pérez , pero ¡por la corona de espinas de Jesucristo! si yo he dado ese consejo, no ha sido para ejecutarlo yo mismo, y puesto que envidian mi lugar...

Si yo hubiera naufragado aquella noche, vosotros también habríais segado mi cabeza, aun cuando no llevase una corona. Se la venderíais a mis hijos y os la pagarían bien. ¡No diga, tal señor! Se la presentaríamos en una fuente de plata cuando estuviesen sentados a la mesa. Y se la comerían como un rico manjar. Don Pedrito diría: ¡Yo quiero la lengua!

Era así: Orra Mari Domingui Beguira orri Gurequin naidubela Belena etorri. Y la Curriqui seguía: Gurequin naibadezu Belena etorri Atera bearco dezu Gona zar hori. El público de pescadores y de chicos celebraba estos detalles naturalistas. La Curriqui volvía el día de Reyes a su escenario de Aguírreche, con una capa blanca y una corona de latón, a cantar otras canciones.

Sería yo una de las mujeres más dichosas si no hubiese perdido aquellas dos joyas de mi maternal corona: ¡ah! ¡qué gran vacío encuentro sin su compañía cuando al caer de la tarde paseo por mi jardín! ¡mis ojos y mis sentidos todos las buscan inútilmente por todas partes!

¡Pobre hombre! murmuró Hullin gravemente ; viene a visitar su castillo, andando por el hielo con los pies descalzos y con su corona de hojalata en la cabeza. ¡Oye, oye cómo habla!

Con frecuencia disfruté allí la melancolía de la noche, ya me paseara por los obscuros arenales, ya desde lo alto de la población que corona la roca me entretuviera viendo esconderse el rey de los astros detrás del horizonte un tanto nebuloso.

Palabra del Dia

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