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Actualizado: 17 de julio de 2025


Solís, que era una autoridad científica de su época, el primer sabio oficial en las cosas del mar, explotaba su prestigio desde Sevilla, aprovechando todas las ocasiones favorables para formular una petición. Don Fernando el Católico, a su demanda, le concedía los bienes de un vecino que se había suicidado. En aquellos siglos, la fortuna del suicida pasaba a la corona.

»Tomóle en esto a Camila un fuerte desmayo, y, arrojándose encima de una cama que allí estaba, comenzó Leonela a llorar muy amargamente y a decir: »¡Ay, desdichada de si fuese tan sin ventura que se me muriese aquí entre mis brazos la flor de la honestidad del mundo, la corona de las buenas mujeres, el ejemplo de la castidad...!

Este es el estado en que puede sacar fruto la Corona, no por medio de los intereses que gira Portugal, sino por los reconocimientos y poblaciones en aquellos parages mas avanzados al sur, que tanto nos importa ó interesa.

Entre el hormiguero de pequeños crustáceos que se movían en el fondo arenoso, cazando, comiendo ó batiéndose con feroz enredijo de patas, buscaban los observadores á un ser bizarro y extravagante, el paguro, apodado Bernardo el Eremita. Era una caracola que avanzaba recta como una torre sobre unas patas de cangrejo, teniendo por corona la cabellera de una anémona de mar.

Las posesiones de España en los Países Bajos se habían disminuído de tal manera, que, para regirlas y sostenerlas, hacían falta sumas más cuantiosas que las que producían; las vastas provincias del Nuevo Mundo destacaban, á la verdad, sus rayos sobre la Corona de Castilla, envolviéndola en una aureola de aparente poderío, no de acuerdo con su utilidad real, porque, á causa de su organización defectuosa, estaban hacía tiempo en manos de aventureros y de gobernadores poco fieles; y la guerra sistemática, que, en los mares de América, hacían á España, Inglaterra, Holanda y Francia, absorbía por completo todas sus rentas.

, últimamente. Antes... antes no era así. El orgullo del triunfo embargó mi ánimo. ¡Era yo, Rodolfo Raséndil, quien la había conquistado! ¿No me amabas antes? pregunté rodeándole el talle con mi brazo. Me miró sonriente y dijo: ¿Será tu corona? Este nuevo sentimiento se me despertó en el día de la coronación. ¿No antes? le pregunté ansioso.

Y señalaba al horizonte, en el que se marcaban como rojas neblinas los lejanos promontorios y montañas de la tierra griega. El tal ducado fué, en realidad, una República. La Compañía había conferido su corona á los reyes aragoneses de Sicilia, pero éstos no visitaron nunca sus nuevos dominios, delegando el gobierno en mercaderes y hombres de mar.

Desde el centro de la citada plaza se ofrece un cuadro muy pintoresco: el caudaloso rio, que salva un elegante puente de piedra de cinco arcos, al fin del cual, y dando frente, se levanta la iglesia de la Gran Madre di Dio, con su esbelta cupulita por corona, y un humilde peristilo con columnatas por frente: á derecha é izquierda y cerrando el horizonte, artísticas montañas, vestidas pomposamente de verdura.

Llamar a su puerta a las altas horas de la noche; decirle con voz entrecortada que «ahí viene la policía» y que se oculte; acompañarle por recónditas callejuelas a un escondrijo seguro; meterle en la mano unos cuantos pesos ahorrados a fuerza de liar pitillos; recibir, en cambio, un haz de proclamas para repartir al día siguiente, con la advertencia de que «si se las cogen, puede contarse ánima del Purgatorio»; distribuirlas con sigilo y celo; y por recompensa de tantas fatigas, de riesgos semejantes, ganar un expresivo apretón de manos, una mirada de gratitud del proscrito.... Si el heroísmo es cuestión de temperatura moral, Amparo, que se hallaba a cien grados, tal vez se dejara fusilar por la causa sin decir esta boca es mía; y quién sabe si andando los tiempos no figuraría su retrato al lado del de Mariana Pineda en los cuadros que representan a los mártires de la libertad.... Feliz o desgraciadamente, lo que ustedes quieran, que por eso no reñiremos, los tiempos eran más cómicos que trágicos, y los loables esfuerzos de Amparo no le obtuvieron otra corona de martirio sino el que en la Fábrica se prohibiese la lectura de diarios, manifiestos, proclamas y hojas sueltas, y que a ella y a otras cuantas que pronunciaron vivas subversivos y cantaron canciones alusivas a la Unión del Norte las suspendieran, como suele decirse, de empleo y sueldo.

Dimmesdale que veía al buen padre Wilson rodeado de un halo ó corona radiante como la de los santos varones de otros tiempos, lo que le daba un aspecto de gloriosa beatitud en medio de esta noche sombría del pecado. Dimmesdale se sonrió, mejor dicho, se echó á reir ante tales ideas sugeridas por la luz de la linterna, y se preguntó si se había vuelto loco. Cuando el Reverendo Sr.

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