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Actualizado: 27 de julio de 2025
¡Juaniyo!... ¡Juan! ¿No me conoses?... Soy la Caracola, la señá Dolores, la mare del probesito Lechuguero. Gallardo sonrió a la vieja, negruzca, pequeña y arrugada, con unos ojos intensos de brasa, ojos de bruja, habladora y vehemente. Al mismo tiempo, adivinando la finalidad de toda su palabrería, se llevó una mano al chaleco.
La cómica aparición estaba compuesta de tres animales distintos, uno sobre otro, ó más bien, de dos seres vivientes llevando en medio un féretro. El paguro nacía con la parte posterior desprovista de coraza: un excelente bocado, tierno y sabroso, para los peces hambrientos. La necesidad de defenderse le hacía buscar una caracola para guardar la parte débil de su organismo.
Me deleita este olor del agua, esta misteriosa agitación de los insectos en los cañaverales, este suave murmullo de las largas hojas estremeciéndose. Oyese a veces una nota triste, y retumba en el cielo como el zumbido de una caracola marina. Es el alcaraván que esconde en el fondo del agua su inmenso pico de ave pescadora, y sopla... ¡ruuú! Bandadas de grullas vuelan por encima de mi cabeza.
Entre el hormiguero de pequeños crustáceos que se movían en el fondo arenoso, cazando, comiendo ó batiéndose con feroz enredijo de patas, buscaban los observadores á un ser bizarro y extravagante, el paguro, apodado Bernardo el Eremita. Era una caracola que avanzaba recta como una torre sobre unas patas de cangrejo, teniendo por corona la cabellera de una anémona de mar.
Palabra del Dia
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